Es cierto que Alberdi era un liberal devoto y su fe le indicaba que el libre mercado acarrearía progreso y prosperidad para todos. Para eso creía necesario abolir las aduanas interiores y promover la llegada de inversiones, sobre todo en el sistema de comunicación y transportes: telégrafo, ferrocarriles, puertos. El objetivo era atraer flujos de capitales y de inmigrantes (de ahí su lema “gobernar es poblar”), en un país en el que estaba casi todo por hacerse. Se trataba, en su mirada, de aprovechar el orden y la disciplina que había generado el rosismo para darle impulso a las fuerzas productivas. La Constitución de 1853 fue, como interpretó durante el derrumbe de aquel sistema Raúl Scalabrini Ortíz, una Constitución hecha a medida del capital inglés. Un plan alternativo sobre cómo desarrollar un capitalismo nacional motorizado desde el Estado mediante el crédito público, fue diseñado en la misma época por Mariano Fragueiro, que sería Ministro de Hacienda de Urquiza y luego Gobernador de Córdoba.
En efecto, Milei podría suscribir a la opinión de Alberdi de que en Argentina (bajo las Leyes de Indias) todos tienen privilegios menos el capital y, por ende, “el crédito privado debe ser el niño mimado de la legislación americana; debe tener más privilegios que la incapacidad, porque es el agente heroico llamado a civilizar este continente desierto”. Ahí donde Alberdi veía un factor dinamizador, Scalabrini Ortiz descubrió, con los resultados consumados en mano, un pacto neocolonial que castigaba a sus hijos y alimentaba la codicia de potencias extranjeras, que pasaron a dominarnos con términos de intercambio favorables a ellas y un sin fin de empréstitos indecorosos. Ese modelo, vulnerable ante cualquier shock externo, no supo resistir a la Gran Depresión, que ocasionó el mayor número de desocupados de nuestra historia. Cerca de un 30%, mientras la “Argentina liberal” se desplomaba como un castillo de naipes, por sus propias ineficiencias.
Pero Alberdi, al revés de Milei, tenía un país en la cabeza. Quería evitar por todos los medios la concentración demográfica y de la inversiones en las zonas aledañas al puerto y la llanura pampeana. Aspiraba a llevar el Litoral a las provincias mediterráneas, a través de los caminos de hierro del ferrocarril, sin comprender de manera acabada que si todos los caminos conducían al puerto (es decir, a la marina mercante británica), entonces las economías regionales que no se adaptaran a las necesidades del modelo agroexportador permanecerían estancadas y subdesarrolladas, en especial cuando la política tarifaria la empezaron a manejar a su criterio las compañías inglesas, bastante después de Alberdi.