Quedaban de esa manera atrás 18 años de impunidad y los familiares de las víctimas, los sobrevivientes del horror lograban la reapertura de los juicios contra los responsables del terrorismo de Estado.
En 1985, la justicia argentina había comenzado a juzgar a los responsables de la dictadura militar pero el proceso se interrumpió en 1987 por las leyes de impunidad y los indultos firmados por el entonces presidente Carlos Menem terminaron revirtiendo las pocas condenas que se habían conseguido en los juicios. Se frenaron todas las causas por delitos de lesa humanidad salvo los casos de apropiaciones de bebés, mérito casi exclusivo de la tenacidad de las Abuelas de Plaza de Mayo.
Los familiares y los sobrevivientes tenían que buscar en el exterior la justicia que se les negaba en su propio país. Es importante recordar esos momentos.
Y es importante saber que, si bien el recorrido de los organismos y del movimiento de derechos humanos llevaba décadas, fue en el año 2003 en que el presidente Néstor Kirchner tomó la decisión política de impulsar la derogación de las leyes de impunidad. A tono con esa decisión de quién se había proclamado como hijo de las madres y las abuelas, el Congreso las declaró nulas y la Corte Suprema, que antes había establecido la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad, dictó su inconstitucionalidad.
Hoy, que el gobierno está en manos de los socios civiles de esa dictadura, tenemos que valorar el camino recorrido y reafirmar más que nunca el compromiso del pueblo en la búsqueda de la justicia. El ejemplo más claro de eso lo tuvimos en la enorme y espontánea respuesta social contra la avanzada de impunidad conocida como 2 x 1.
Esta sociedad, liderada por un grupo de mujeres con pañuelos blancos, puso ladrillo sobre ladrillo en el muro contra la impunidad. El muro, muchas veces avanza lento y hay quienes quieren derribarlo. El viento del negacionismo arrecia fuerte y el muro se mantiene. Los genocidas se benefician con domiciliarias y el muro se mantiene. Los cómplices empresarios de la dictadura se enriquecen nuevamente y el muro se mantiene. Pero cuando se logra una nueva condena a los genocidas, se identifica un nuevo nieto o nieta o se llena una plaza con chicos y chicas que gritan y reclaman y cantan y bailan, el muro se agiganta.
Pueden querer tirarlo todos los días, pero de nosotros depende que el muro contra la impunidad no se caiga nunca más.