El golpe de Estado del 16 al 20 de septiembre de 1955 instauró un gobierno que marcó el inicio de prácticas políticas que, a fuerza de su reiteración, se convertirían en una auténtica doctrina antinacional, no del todo inédita pero modernizada, llevada a una nueva escala y aún vigente. No hablamos únicamente del manual dictatorial, que incluye la identificación de las expresiones políticas populares como el enemigo a destruir material y/o simbólicamente, la represión y las proscripciones. Antes bien, se trata de la articulación de un dispositivo de violencias múltiples que, embanderado de una libertad que en verdad aborrece y contradice, pretende quebrar espiritualmente a la Nación para dejarla a merced de intereses ajenos. La autodenominada “Revolución Libertadora” fue rebautizada “Fusiladora” por la necesidad de denunciar la aberración de los fusilamientos de José León Suárez y del general Juan José Valle pero también por la necesidad imperiosa de terminar con la usurpación hipócrita del grito sagrado de nuestra Nación: libertad, libertad, libertad.
70 años del golpe del ‘55
La libertad fusilada: la neblina de la simulación

El golpe de Estado al gobierno de Juan Domingo Perón marcó el inicio de la moderna doctrina antinacional. Con el objetivo de quebrar espiritualmente a la Nación fue desplegado un dispositivo de violencias múltiples basado en la mentira como instrumento transversal y en una mentira en particular como punto de partida: la idea de que la libertad consiste en vender la Patria al peor postor. Siete décadas después de la aplicación compulsiva de esta doctrina, no han quebrado la voluntad argentina.
Sin desmedro de las lúcidas advertencias y resistencias inmediatas del Pueblo argentino, incluyendo al propio General Juan Domingo Perón, cabe destacar que apenas dos años bastaron para que no quedara ningún lugar a dudas sobre el rumbo que venían a imprimir a nuestro país. En 1957, desde Caracas, Perón decía:
“Los intereses coloniales, de viejas y profundas raíces en la Argentina, liberada por el Justicialismo y recolonizada por la reacción, hacen concurrir influencias foráneas al pleito aparentemente interno de la Nación Argentina. La hipocresía, utilizada sin medida tanto en lo interno como en lo internacional, dispersa sobre los hechos la neblina de la simulación que, cubriéndolo todo, a menudo impide distinguir el panorama”.
Esta “neblina de la simulación” parte de una mentira fundamental: la usurpación de la noción de “libertad” para convertirla en propiedad privada hasta el punto de privatizar la Patria y venderla a mejores o peores postores; y se expande en profusas mentiras subalternas que no están exentas de las reiteraciones históricas. Algunos botones de muestra:

- Las denuncias sobre la corrupción del “tirano prófugo”, acusado de los delitos más aberrantes sin prueba alguna; proscripto y perseguido junto a funcionarios, dirigentes y militantes de todas las líneas; la demonización del conjunto de la fuerza política y de la identidad allanaron el camino hacia el terrorismo de Estado de la dictadura de 1976 y sólo es comparable con la demonización del Kirchnerismo, la proscripción y la cárcel injusta e infundada de Cristina Fernández de Kírchner y otros compañeros y compañeras.
- La deformación ideológica opera sin pausa para convertir virtudes en defectos: la nacionalización de los bienes y servicios estratégicos para la economía argentina fue convertida en estatismo agobiante y la participación política de las masas trabajadoras, en dictadura. Con alquimias similares, 70 años después se convierten las moratorias previsionales para quienes trabajaron toda la vida en injusticia para quienes aportaron toda la vida; la deuda estrafalaria que Macri pudo tomar gracias al desendeudamiento de Néstor y Cristina en deuda de Cristina; y el salario más alto de la región en el saldo trágico de 100 años de decadencia peronista que estamos empezando a revertir con una exitosa caída generalizada de los ingresos, el empleo y la actividad económica.
- La campaña psicológica incesante trabaja sobre la población para hacer proliferar zonceras que llegan al ejemplo extremo de aquella según la cual el responsable de la caída del gobierno en 1955 fue el propio Perón al negarse a combatir; se sigue reproduciendo hoy en día junto a otras verdades tan reveladas como infundadas, generalmente referidas a PBIs que se robó Cristina, todo lo iguales que serían los políticos entre sí o la irrelevancia de quién gane las elecciones dado que uno se tiene que levantar a laburar igual.
- El régimen presenta un frente interno dividido que le permite ofrecer la fantasía de una dictadura con beneficio de inventario, logrando incluso la validación inicial del entonces Secretario General de la CGT, Héctor De Pietro, para con el entonces “señor presidente provisional de la Nación, general Lonardi, quien ha reiterado que el general Perón goza de las más amplias garantías en lo que se refiere a su seguridad personal, de acuerdo con las normas del derecho de asilo. Afirmó el señor presidente provisional que su gobierno garantiza firmemente a los trabajadores y a sus organizaciones sindicales la vigencia plena de la justicia social (...), así como también el más amplio respeto a la Confederación General del Trabajo”. Al igual que el propio Lonardi, hoy sabemos que las fantasías de nacionalismo con justicia social en el seno de los gobiernos entreguistas a lo sumo duran dos meses.
- También en lo económico, el uso de la mentira se vuelve marca de identidad. En 1955, Raúl Prebisch justificaba su plan económico en la premisa de que la "Argentina se halla en la peor crisis económica de su historia, mucho más grave que las sufridas en 1890 o en 1931”; falseaba datos como el de la deuda, computando por ejemplo 579 millones de dólares de SOMISA que en verdad eran 57; y finalmente, tras el fracaso, Raúl Prebisch aseguró que no tenía nada que ver con el Plan Prebisch.

Setenta años después, la neblina se nos vuelve familiar. Queda en evidencia la nula originalidad de aquella “crisis asintomática” de la que nos rescataría Mauricio Macri en el 2015 y un Milei declarando que nos ha salvado de un 17.000% de inflación y que ha sacado de la pobreza a 12 millones de argentinos se revela menos loco mesiánico que parodista patético. Les cabe la misma advertencia que formulara Perón en 1957 a los anteriores “libertadores”:
“Todas sus mentiras, ampliamente propaladas por sus agencias, sólo le servirán para escarnecerse más cada día porque la mentira tiene las piernas cortas y, cuando la realidad llega, la simulación se desvanece y sólo queda el deshonor de la infamia y el recuerdo del engaño”.
En setenta años de aplicación de esta doctrina no parece haberse oxidado la compulsión de los entreguistas a prestarse gozosos al cumplimiento de los mandatos coloniales; en lugar de revisar sus objetivos y su mirada del mundo a la luz de sus reiterados fracasos, destinan ingentes recursos al perfeccionamiento de los medios técnicos necesarios para revender la misma idea refritada en aceite quemado una y otra vez. Cabe sospechar que aquello que el Pueblo argentino sufre como fracasos nacionales son en verdad los éxitos de los entreguistas. Quizás su único y auténtico fracaso, sin embargo, es que esos setenta años tampoco han mellado la voluntad de nuestro Pueblo de vivir con dignidad, de organizarse políticamente por medio del peronismo para hacer una Patria libre, justa y soberana y de construir una comunidad organizada como expresión de una Nación que persiste en existir.