Política

Veinte años del "No al ALCA"

Echamos a Bush, echemos a Trump

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Hoy se cumplen dos décadas del día en que los gobiernos de América Latina le pusieron un límite a las pretensiones de los Estados Unidos sobre la región. Con la expulsión de Bush ganamos una década. Nos toca enfrentar hoy un nuevo ALCA diseñado por el actual presidente estadounidense Donald Trump, con distintas características pero con el mismo objetivo: colonizar nuestros países para saquear sus riquezas, dejando en el camino solamente hambre y miseria.

por La Cámpora
5 nov 2025

Retrocedamos el reloj dos décadas. Luego del fracaso de imponer la misma receta del Fondo Monetario Internacional (FMI) a todos los países de Latinoamérica—lo que se llamó el “consenso de Washington”, aunque de consenso no tenía nada—en el sur de la región comenzaban a gobernar presidentes parecidos a sus pueblos: Néstor Kirchner en Argentina, Hugo Chávez en Venezuela, Lula da Silva en Brasil. Faltaba poco para que ganaran Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador.

Alarmado por esta oleada nacional-popular, vino el propio George W. Bush, en persona, a una cumbre de presidentes, resuelto a recordarnos quién mandaba en el continente. Bajo el brazo traía el “Acuerdo de Libre Comercio de las Américas”, mejor conocido como ALCA, quizás confiado que su sola presencia sería suficiente para que nuestros representantes den la patita y hagan el muertito.

El ALCA pretendía cristalizar las políticas neoliberales que habían estallado en la Argentina en el 2001, haciéndolas permanentes e irreversibles. Su principal ítem era la libre circulación de bienes y servicios, a partir de la eliminación de todo arancel—es decir, de todo impuesto aduanero. Una apertura de ese estilo hubiera tenido consecuencias destructivas para los sectores productivos latinoamericanos, incapaces de competir con la industria norteamericana, y habría perjudicado nuestras exportaciones primarias, que eran las mismas de Estados Unidos.

El acuerdo iba claramente en contra de nuestros intereses. Sin embargo, su alcance se extendía mucho más allá, incluyendo la flexibilización de las compras del sector público, la pérdida de soberanía sobre las inversiones extranjeras, una regulación exagerada de la propiedad intelectual para beneficio de las grandes corporaciones y la transformación en mercancías de derechos y bienes fundamentales como el agua, la biodiversidad, la salud y la educación. Lo expresó con total honestidad Colin Powell, el secretario de Estado de Estados Unidos en ese momento:

“Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar a las empresas estadounidenses el control de un territorio que va desde el Polo Ártico hasta la Antártida, y el libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad para nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio”

Sin embargo, el resultado fue exactamente el contrario al pretendido por Bush y sus partidarios.

En la IV Cumbre de las Américas, celebrada en Mar del Plata el 4 y 5 de noviembre de 2005, Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Luiz Inácio Lula da Silva lideraron una estrategia común para ponerle un freno rotundo al imperialismo norteamericano. Durante la apertura, Néstor cargó contra el FMI y reivindicó los logros de su gobierno sin ayuda de los organismos multilaterales de crédito. Dijo entonces:

“La integración posible será aquélla que reconozca las diversidades y permita los beneficios mutuos. Un acuerdo no puede ser un camino de una sola vía de prosperidad en una sola dirección. Un acuerdo no puede resultar de una imposición en base a las relativas posiciones de fuerza (...) Nuestros pobres, nuestros excluidos, nuestros países, nuestras democracias, ya no soportan más que sigamos hablando en voz baja; es fundamental hablar con mucho respeto y en voz alta, para construir un sistema que nos vuelva a contener a todos en un marco de igualdad y nos vuelva a devolver la esperanza y la posibilidad de construir obviamente un mundo distinto y una región que esté a la altura de las circunstancias que sé que los presidentes desean y quieren”.

Mientras los presidentes y funcionarios deliberaban en la cumbre, en la misma ciudad se realizaba la Cumbre de los Pueblos, una “anticumbre” militante, de la que es imposible olvidar la participación de Hebe de Bonafini y Diego Armando Maradona, con el fin de generar conciencia en torno a lo que se estaba discutiendo. Con sencillez y grandeza, arengó el 10: “Argentina es digna, echemos a Bush. En la misma sintonía, Chávez pronunció un mítico discurso, que pasaría a la historia por la consigna con la que puso en palabras la animosidad de los pueblos: “Cada uno de nosotros trajo una pala de enterrador porque aquí, en Mar del Plata, está la tumba del ALCA. Vamos a decirlo: ALCA, ALCA, al carajo.

En Argentina dijimos “No al ALCA” y, a las pocas semanas, también al FMI. Era el último aliento del Consenso de Washington. Era el comienzo de la Década Ganada, que no hubiera sido posible sin antes sacarnos el lastre imperial que buscaba disciplinarnos y someternos.

Tras la apabullante derrota, Estados Unidos tuvo que sacar su bota de América del Sur y, por un par de años, se concentró solo en destruir Medio Oriente. Pero la retirada era de orden táctico. Bajo ningún punto de vista abandonaba el gigante del Norte el “derecho manifiesto” proclamado por la Doctrina Monroe, esa que dice que América es para ellos, los autopercibidos “americanos”.

Así como el fracaso del panamericanismo, en el ocaso del siglo XIX, llevó a las intervenciones de marines y a la formación de “repúblicas bananeras” en toda América Central, comandadas por la United Fruit Company, el rechazo del ALCA condujo a los Estados Unidos a buscar desgastar a los gobiernos populares latinoamericanos con instrumentos de lo que se llama el “soft power”: presión pública a través de agendas de ONGs, movilizaciones ciudadanas empujadas por las redes sociales y la televisión, desestabilización de las monedas, litigios de fondos buitre en la justicia de Nueva York. Y por supuesto su gran arma estrella, con la que reemplazaron los viejos golpes militares: el lawfare.

El desenlace de esta secuencia fue una nueva oleada neoliberal en la región, promovida por los manotazos de ahogado lanzados desde Washington para amortiguar su acelerada crisis de hegemonía global. Pero ni aún así pudieron evitar que países que, desde hace muchos años se hallaban bajo la órbita estadounidense –México, Colombia, incluso Chile–, se integraran al ciclo progresista o que, víctimas del lawfare, como Lula y Cristina, volvieran al gobierno apoyados por su pueblos. América Latina sigue siendo un territorio en disputa.

Saltemos al presente. Aunque los instrumentos cambien, los objetivos se mantienen iguales. Ayer fueron los tratados de libre comercio, que el presidente Javier Milei, desesperado y a destiempo, intenta firmar con Trump, en medio de una época proteccionista y decadente para el imperio. Hoy, Trump, por el contrario, penaliza con aranceles. El patoterismo presidencial se parece bastante a la política de agresión implementada por Theodor Roosevelt a principios del siglo XX: “Habla en voz baja y lleva un gran garrote; llegarás lejos”. Solo que suprimió la parte de “hablar en voz baja”.

El hombre naranja se toma el atrevimiento de premiar y castigar países a partir de lealtades personales y hace amenazas públicas sin ninguna clase de pudor. Extorsiona a Brasil con la suba de aranceles, se muestra próximo a invadir Venezuela e interviene directamente sobre nuestra moneda, ante la insostenibilidad del plan de sus lacayos, Luís Caputo y Milei, que convirtieron el Ministerio de Economía y el Banco Central en sucursales del JP Morgan.

Que nadie se confunda: si Cristina Fernández de Kirchner está presa y proscripta es también por orden de la Embajada. Su nuevo titular, Peter Lamelas, ya dejó en claro que se va a ocupar de que “reciba la justicia que merece”. La sentencia impuesta por la Corte es, en rigor, un asunto del Departamento de Estado. La distinción fundamental de los gobiernos de Néstor y Cristina fue la defensa irrestricta de la soberanía nacional. No hay Argentina soberana sin Cristina libre.

Si fue el temor infundido por el propio Trump lo que volcó a una parte del electorado a votar por La Libertad Avanza en octubre, es nuestro desafío proponerle al pueblo argentino un camino con la intervención norteamericana afuera y la gente adentro; un camino de soberanía pero también de bienestar y prosperidad. Pero si hay una lección del “No al ALCA”, en este aniversario, es que en estos temas tampoco nadie se salva solo. Fue la alianza estratégica con nuestros países hermanos la que juntó la fuerza para poder sacarse a Bush de encima. Argentina sola no habría podido ganar una década. Lo dijo Juan Domingo Perón hace más de setenta años: América Latina se unirá o será dominada.

Nuestro pasado reciente nos marca el camino: si se pudo hace veinte años, se tiene que volver a poder, y tenemos con qué. Para empezar, tendremos que tener un presidente o una presidenta con el coraje para no dejarse amedrentar, y no uno que se arrastre de rodillas. Como dijo Maradona: Argentina es digna. Echemos a Trump.