Política

Horacio le pegó a un cana del macho Morales

En Jujuy, allá en el norte profundo, donde los poderosos siembran sumisión y Morales cosechó la gobernación, parece que no habrá paz para el que crea que no hay que mirar el piso cuando el gobernador habla. Ya tiene un perro de mascota el goberna, muchos manto negro listos para morder, y hasta un canal en Capital Federal que defiende lo indefendible.
por La Cámpora
22 dic 2016
Y ahí­ están los compañeros, los de la orga, los metrodelegados, los militantes, los que saben que los derechos humanos se bancan con el cuerpo humano. Los que saben que la chapa de legisladores es puro cuento y que la calle es el lugar en el que tienen que estar. Y que los palos de la cana no duelen tanto como para dejar a un compañero atrás. Que uno sin otro nos vuelve nada. Cuando le sacan el bozal, la cana de Morales se vuelve taura y las familias patricias de Jujuy aplauden. Allí­ donde los Blaquier, dulces como el azúcar que brota de la explotación al cañero, siempre serán inocentes. Y entonces uno de los canas no puede evitar abalanzarse sobre las compañeras porque siente que Morales banca. Que como el gobernador es macho y seguro harí­a lo mismo, le zampa un manotazo a las tetas de la negra Vilar, que está bancando a Martí­n colgado de una reja rodeado de policí­as que le quieren mostrar la hombrí­a de los hombres del goberna. Pero Pietragalla sabe de qué se trata. Cómo no saberlo. Sabe que el canal que banca a Morales, el de Magnetto, ese que Videla le dio a cambio de impunidad, lo va a destrozar. Pero a Horacio no le importa. Sabe cómo torturaron y asesinaron a sus viejos los Videla, los Magnetto y los Morales. Y que siempre los dueños consiguen periodistas, como el goberna consigue policí­as machos. Entonces el grandote ve como el cana manotea el cuerpo de la compañera. Las manos en los pechos de la compañera son las manos de los torturadores en el cuerpo de su vieja. Y hace lo que tiene que hacer, porque el policí­a macho, lejos de amedrentarse, saca la lengua de su boca llena de sangre y con los ojos desorbitados, hace una mueca absurda en la que expresa las ganas de pasarla por la humanidad de la compañera. Salta Martí­n y se lo quieren llevar. Mayra se les va encima y Pereyra, otro cana valiente de Morales, la toma por el cuello sabiendo de la peligrosidad de una militante decidida, yegua como Cristina, puta como Evita, negra e irrespetuosa como Milagro. Mujer al fin. La metralla mediática habla y hablará de Pietragalla y Mayra. Paso a paso, esos periodistas construirán el plafón para ir nacionalizando el globo de ensayo jujeño como látigo para castigar a los que piensan distinto, creyendo que estos dí­as serán eternos y sin castigo. Se equivocan.