latinoámericano y, por último, estado de la lucha de clases en Perú. El periodista le preguntaba cómo andaban y ellos respondían hablando del mercado mundial, america latina, el Perú y, finalmente, contestaban: “aquí ando, como me vesˮ. Tipos que no tenían intercambio alguno desde hacía años, respondían lo mismo cuando eran entrevistados, incluso sobre asuntos políticos de coyuntura sobre los que no habían tenido ocasión de ponerse de acuerdo. Más allá de lo extremo del caso, Iván admiraba esa homogeneidad del realto. Pero no la homogeneidad de contenido impuesta desde alguna torre de marfil. Era muy crítico de la falta de crítica. No, la homogenidad que el festejaba era la del modo razonar. La del marco teórico con el cuál uno ordena el caos del mundo de hoy y extrae la táctica política que impone la coyuntura para avanazar en mejorar la vida de los más lastimados. Para él esa era una tarea fundamental que teníamos que darnos para construir una fuerza política con capacidad real de transformar la realidad. Un programa. Organización y programa repetía siempre que podía. Necesitamos organización y programa. Y en eso andaba.
En cuanto a su legado, se me viene a la mente una frase del Che. Che enseñaba que la muerte debe ser bienvenida, donde quiera que nos encuentre, si una mano compañera recoge el fusil que el revolucionario deja caer en su hora final. Otros son nuestros tiempos. Pero cada época tiene su propio fusil, su intrumento de lucha. No hay descanso. Hay los que descansan pero no hay descanso. Siempre los más pisoteados por toda bota cuentan con un arma. La que nos tocó en gracia, nuestro fusil, viene a ser la militancia. También se nos va la vida en ella. Pero ¿qué más da? ¿quién ofrece algo más noble, más incomodamente noble? Así que sí, lo nuestro sigue siendo fusil contra fusil. Del suelo, levantamos lo que Iván dejo caer. í‰l no descansaba. Empuñando su fusil, avanzamos. Militamos. Hace un mes su estrella se apagaba. Pero a medias. Porque, como preguntaba el poeta," ¿acaso el alma de un violín se desvanece con el chasquido de una cuerda que se corta?". La vida de los que se han ido está en la memoria de los que viven. Y yo lo voy a recordar como uno de los militantes más lúcidos de la causa de los pueblos. Iván era de esos. Y a esos, se los extraña. Siempre. Mucho.
En Eva Metalúrgica
latinoámericano y, por último, estado de la lucha de clases en Perú. El periodista le preguntaba cómo andaban y ellos respondían hablando del mercado mundial, america latina, el Perú y, finalmente, contestaban: “aquí ando, como me vesˮ. Tipos que no tenían intercambio alguno desde hacía años, respondían lo mismo cuando eran entrevistados, incluso sobre asuntos políticos de coyuntura sobre los que no habían tenido ocasión de ponerse de acuerdo. Más allá de lo extremo del caso, Iván admiraba esa homogeneidad del realto. Pero no la homogeneidad de contenido impuesta desde alguna torre de marfil. Era muy crítico de la falta de crítica. No, la homogenidad que el festejaba era la del modo razonar. La del marco teórico con el cuál uno ordena el caos del mundo de hoy y extrae la táctica política que impone la coyuntura para avanazar en mejorar la vida de los más lastimados. Para él esa era una tarea fundamental que teníamos que darnos para construir una fuerza política con capacidad real de transformar la realidad. Un programa. Organización y programa repetía siempre que podía. Necesitamos organización y programa. Y en eso andaba.
En cuanto a su legado, se me viene a la mente una frase del Che. Che enseñaba que la muerte debe ser bienvenida, donde quiera que nos encuentre, si una mano compañera recoge el fusil que el revolucionario deja caer en su hora final. Otros son nuestros tiempos. Pero cada época tiene su propio fusil, su intrumento de lucha. No hay descanso. Hay los que descansan pero no hay descanso. Siempre los más pisoteados por toda bota cuentan con un arma. La que nos tocó en gracia, nuestro fusil, viene a ser la militancia. También se nos va la vida en ella. Pero ¿qué más da? ¿quién ofrece algo más noble, más incomodamente noble? Así que sí, lo nuestro sigue siendo fusil contra fusil. Del suelo, levantamos lo que Iván dejo caer. í‰l no descansaba. Empuñando su fusil, avanzamos. Militamos. Hace un mes su estrella se apagaba. Pero a medias. Porque, como preguntaba el poeta," ¿acaso el alma de un violín se desvanece con el chasquido de una cuerda que se corta?". La vida de los que se han ido está en la memoria de los que viven. Y yo lo voy a recordar como uno de los militantes más lúcidos de la causa de los pueblos. Iván era de esos. Y a esos, se los extraña. Siempre. Mucho.
En Eva Metalúrgica