Economí­a

Hacia un inevitable “industricidioˮ

La coyuntura de un sector económico sumamente relevante para nuestra matriz económica y nuestra historia contemporánea es crí­tica por demás. Era esperable que un Gobierno de CEOS que representan al capital financiero y al sector agrario exportador no pongan el foco sobre la industria como pilar fundamental para el desarrollo económico con igualdad social.

Pero independientemente de la falta de jerarquización, cuando menos hubiera sido esperable que el macrismo disimule un poco la situación, tratando de mantener “bien alimentadosˮ a los empresarios amigos. Muy en contrario, la tormenta perfecta que hoy arrecia sobre la industria, no distingue propios de ajenos, y hasta representantes de la UIA hoy en dí­a manifiestan públicamente que “volver a votar por Cambiemos serí­a como suicidarseˮ.

Algunos números del sector permiten entender que el derrumbe viene avanzando a pasos acelerados. Tras un inicio de año que comenzó relativamente estable, el (re)inicio de la crisis económica en el segundo cuatrimestre, volvió a traer incertidumbre sobre el sector fabril. El aumento de la tasa de interés, la caí­da en la demanda interna, la continuidad del ingreso de importaciones desde paí­ses que producen en condiciones de competencia desleal, constituyen un combo letal para el sector. Así­, llegamos a los últimos meses del año con números preocupantes. Septiembre arrojó una baja del indicador de actividad industrial que releva el INDEC en el orden del 11,5%. Octubre, por su parte, marcó una caí­da de 6,8%, mientras que el acumulado del 2018 ya arroja una caí­da de 2,5%. Proyectando el último bimestre, es posible que el año cierre entre cuatro y cinco puntos abajo. Esta caí­da no es menor, sobre todo si se considera que será el segundo año (de tres) con resultados negativos. En 2017, existió un muy tenue rebote menor al 2%, pero que mostró fuertes heterogeneidades entre sectores y escalas productivas.

Otro dato insoslayable que caracteriza esta debacle del sector manufacturero tiene que ver con la destrucción de puestos de trabajo subyacente a la disminución de la producción. En un contexto de caí­da de ventas tan dramático, los empresarios muchas veces no pueden sostener su planta de personal y apelan a despidos y suspensiones. Más allá de las implicancias macroeconómicas y sectoriales, esta contingencia redunda en un verdadero incordio social. Empresas de tamaño chico, por caso, cimentan relaciones personales muy cercanas entre dueñxs y trabajadorxs. Los 107.000 puestos de trabajo que se han dilapidado desde diciembre de 2015, esconden historias de vida y sueños que se ven truncados por un modelo económico de exclusión y expoliación.

Actualmente cierran alrededor de 25 empresas Pyme por dí­a. Este fenómeno no es aleatorio, contingencial, ni producto de un proceso de “darwinismo empresarialˮ que saldrá fortalecido después de una purga: es el resultado directo de un programa polí­tico dispuesto para favorecer intereses transnacionales vinculados al capital financiero y al complejo primario exportador. Penosamente, el diagnóstico que se tení­a desde fines de 2015 terminó siendo más leve que la crudeza de los hechos: la degradación de la matriz industrial avanza hacia un precipicio desde el cual no habrá vuelta atrás. Como pasó en la década del ˮ™90, fábrica que se cierra cuesta años volver a ponerla en órbita. Cambiemos nos lleva hacia un verdadero “Industricidioˮ que otra vez más en la historia un gobierno nacional y popular deberá revertir.

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