Política

Macri entrega a la Argentina atada y con los ojos vendados al FMI y al neoliberalismo

La polí­tica exterior de Macri, de subordinación a las grandes potencias en la búsqueda de “gestos” para el capital especulativo, revela no sólo un entreguismo repudiable sino una miopí­a respecto de qué es lo que sucede en el mundo y cuál serí­a una estrategia inteligente para nuestro paí­s.
por La Cámpora
30 nov 2018

La cumbre del G20 se da en un mundo en crisis, donde la confianza de las propias grandes potencias en la globalización y en el libre juego del capital financiero está puesta en duda. En ese marco, es más necesario que nunca que nuestro paí­s recupere las posiciones que tuvo en el G20 durante los gobiernos de CFK, cuando hizo una defensa inteligente de la soberaní­a construyendo los consensos necesarios con los paí­ses emergentes para instalar temas que le cambiaron la cara al G20.

En ese entonces Argentina lideró una estrategia que instaló temas relevantes para las grandes mayorí­as de la región y del mundo: la importancia de las polí­ticas de protección laboral e inclusión social para un crecimiento económico estable, la crí­tica al rol de los fondos buitre en los procesos de reestructuración de deuda soberana, la denuncia de los paraí­sos fiscales como engranajes claves de la evasión impositiva. Hoy, la crí­tica a la globalización y al poder descontrolado del capital financiero la asumen de manera reactiva y conservadora personajes como Trump, cuando lo que hace falta es orientar esas crí­ticas en una estrategia alternativa orientada a construir sociedades más justas, soberanas y democráticas.

Los lí­deres del G20 que participan de la cumbre en Buenos Aires serán testigos de un giro de 180 grados en la polí­tica de la Argentina en este espacio multilateral, si se lo compara con el perí­odo de CFK, en lo que será seguramente una triste ratificación de la subordinación polí­tica que caracteriza a la inserción de nuestro paí­s en el mundo. Es que, más allá de las tragicómicas escenas diplomáticas que ha protagonizado en estas horas el autodenominado “mejor equipo de los últimos 50 añosˮ, lo que verdaderamente avergí¼enza a las y los argentinos es el libreto de cipayo y miope de la polí­tica exterior de Macri, que va a contramano de lo que serí­a hoy una posición inteligente para nuestro paí­s.

El G20 se realizará en una coyuntura signada por fuertes tensiones derivadas, fundamentalmente, de problemas de orden geopolí­tico y económico en la que la lógica de la apertura económica indiscriminada, al libre juego especulativo del capital financiero y la expansión indiscriminada del endeudamiento no es puesta en tela de juicio solamente por los paí­ses dependientes sino por las propias potencias globales. Recordemos, sin ir más lejos, que el propio Trump ha puesto en suspenso los proyectos de mega tratados de libre comercio y ha redefinido recientemente los términos del NAFTA, el tratado de libre comercio que tiene con Mexico y Canadá. Sin embargo, el actual gobierno parece estar más preocupado por dar señales de simpatí­a a los mercados que por una verdadera solución de los problemáticas globales y nacionales.

El poder ejecutivo argentino se encargó de construir en su relato de la “pesada herenciaˮ, la imagen de una Argentina supuestamente aislada del mundo. Esto funcionó como la excusa perfecta para una integración subordinada a los intereses europeos y de los Estados Unidos. Elocuentes ejemplos son los presupuestos elaborados a la medida de las recomendaciones del establishment y del FMI en los últimos años, o los reiterados intentos fallidos de la firma de un desventajoso acuerdo de libre comercio con la Unión Europea por el mero hecho de alcanzar una inserción supuestamente “inteligenteˮ con “el mundoˮ. Intentos que fallaron hasta ahora por la lógica proteccionista de los propios europeos, aunque la Argentina haya hecho un lamentable papel ofreciendo todo tipo de ventajas en las negociaciones.

El actual gobierno heredó una postura diplomática que se paraba con firmeza ante los problemas globales centrales, aquellos que necesariamente requieren de un concierto de polí­ticas de orden global. Esta posición se defendí­a desde un lugar de congruencia entre el decir y el hacer. El impulso de los Gobiernos de Néstor y Cristina a un multilateralismo efectivo, plural y democrático, signó el perfil pragmático de una mirada geopolí­tica que supo plantear que otra forma de integración al mundo era posible. Así­, el combate firme al terrorismo ha sido siempre un estandarte de nuestro gobierno, tanto como la asimilación de los riesgos del cambio climático, y la no proliferación de pruebas nucleares, atendiendo a la responsabilidad relativa de cada paí­s y proponiendo una discusión entre iguales, sin hipocresí­a.

Tras la crisis de 2008, la desregulación del sistema financiero global se tornó evidente. Por eso es imprescindible avanzar en acuerdos para un nuevo orden financiero internacional en pos de un mundo más justo que evite descalabros como el sucedido tras la crisis recién mencionada. En la historia reciente la Argentina fue ejemplo en el impulso de la regulación de las finanzas internacionales y por una responsabilidad internacionalmente reconocida en la administración financiera.

En otro orden, la Argentina permanece con un viejo un reclamo que creció año a año en aceptación en distintos foros internacionales. La proclamación por la soberaní­a nacional en la cuestión Malvinas es una deuda pendiente para nuestro paí­s. Un reconocimiento efectivo no sólo implica justicia sobre los derechos nacionales, sino que también es útil como elemento ejemplificador sobre la soberaní­a de los paí­ses en sus territorios y el repudio a la intromisión indebida en ellos. Como contrapartida, en la cumbre del G20 en Buenos Aires asistiremos a la presencia de la primer ministra inglesa, en concordancia con uno de los momentos en que más concesiones ha entregado la polí­tica de Macri a los ilegí­timos intereses de los isleños y británicos, consolidando la militarización y el saqueo del Atlántico Sur.

En su carácter de presidencia de la cumbre, nuestro paí­s debe llevar la voz cantante de América Latina para su integración con el mundo. Una región con enormes desigualdades de todo tipo necesita la integración internacional. í‰sta no debe darse bajo la subordinación de nadie, sino en el marco de igualdad y respeto de la soberaní­a de las naciones y sin imposiciones de una u otra polí­tica. La experiencia reciente muestra que propiciar la integración Sur-Sur avanza en ese sentido.

En resumen, el G20 es un instrumento para que los paí­ses concierten polí­ticas para combatir las desigualdades globales en vez de potenciarlas. Sin embargo, no es la situación actual, y la presidencia argentina no hizo nada para buscar articulaciones y consensos en el sur global para cuestionar el status quo. Así­, en este contexto nos embarcamos en una cumbre que, lejos de consolidar instancias de cooperación global, puede profundizar mucho más las inconsistencias de un mundo en plena crisis.

Para entender el porqué del servilismo y la subordinación del gobierno de Macri en la polí­tica internacional, no hace falta más que analizar la forma en que ha crecido la dependencia de nuestro paí­s producto de las decisiones en materia de polí­tica económica del gobierno de Cambiemos. Se derrumba la economí­a interna, y el modelo polí­tico de Cambiemos cruje por donde se lo mire. Una muestra de ello es el (re)acuerdo firmado con el FMI para adelantar fondos que se proyectaba que lleguen en los próximos años. Se elevaron los desembolsos desde U$S 6.000 millones a U$S 13.400 millones para este año y desde U$S 11.400 millones a U$S 22.800 millones para el 2019. Como ya se vislumbraba que el préstamo más grande de la historia del FMI no alcanzarí­a, también se amplió el acuerdo total en U$S 7.100 millones. Semejante reconfiguración, hecha desprolijamente y con la premura del caso, es el mero reflejo de la fragilidad externa a la cual han llevado al paí­s. Así­ también, es indispensable recordar la evaporación, en tan solo unas pocas semanas, de los primeros U$S 15.000 millones desembolsados por el Fondo. El tamaño de los desbalances externos provocados por la fuga y el déficit comercial, hace que el stock aportado por el FMI, a pesar de su considerable volumen, resulte insuficiente para garantizar la estabilidad financiera del paí­s en el corto-mediano plazo. Con el paso del tiempo, resulta más evidente la necesidad de recuperar un esquema de controles de flujos de capitales y cambiarios, como los aplicados durante nuestra gestión para evitar la volatilidad tan nociva que implica el arribo de fondos especulativos.

Por su parte, los principales números en materia de intercambio comercial dan cuenta de un rojo acumulado de U$S 6.453 millones en lo que va de 2018 cifra que, a pesar de la brutal devaluación, es 26,5% mayor a la del año pasado. Paradójicamente, a pesar de que los términos de intercambio mejoraron en dos de los últimos tres años, volviendo a los niveles de 2013, la balanza del comercio verifica una continuidad de 6 trimestres en terreno negativo. Los resultados negativos en materia comercial encuentran correlato en la merma en la producción interna de muchos rubros industriales. Vinculado con esto, se verifica una incipiente primarización de la matriz exportadora.

En la realidad microeconómica de los últimos años, el proceso de “reacomodo de precios relativosˮ, eufemismo de los tarifazos brutales, perjudicó enormemente a la clase trabajadora. A partir de la fuerte inercia inflacionaria, la espiralización de precios también se trasmitió al resto de los bienes, que subieron mucho más que los ingresos. Las tarifas de los servicios públicos suben sin pausa: el gas ha aumentado más de 2.000% en tres años, mientras se intenta compensar a las empresas gasí­feras por la devaluación y se eliminan programas que beneficiaban a los sectores de más bajos ingresos con tarifas diferenciadas. El ahogo económico que está generando la polí­tica tarifaria en consumidores y el empresariado Pyme (principalmente industriales y comerciales) atenta contra la necesidad de recomponer la demanda agregada y sacar a la economí­a de la recesión en que la han sumergido. Es menester para salir de la crisis: frenar el cierre de fábricas, recomponer salarios, jubilaciones y puestos de trabajo (en cuatro meses se perdieron 100.000 empleos y resta aún atravesar lo peor del ciclo recesivo).

La recesión en la que (re)ingresó la economí­a en 2018, no muestra un horizonte de conclusión claro. Y mucho menos claridad existe en cuanto a las perspectivas de recuperación de los salarios reales de los sectores con ingresos fijos. La necesidad del Ejecutivo Nacional de garantizar la meta fiscal primaria acordada con el FMI, resulta una espada de Damocles sobre la posibilidad de estimular la economí­a por el canal fiscal y/o el monetario. Tras un año de difundido retroceso de los márgenes de ganancia empresaria, no parece probable que la recuperación provenga de una polí­tica salarial más generosa. Los números frí­os marcan una caí­da de casi 20 puntos de la capacidad de compra de los salarios sobre la canasta básica. Los haberes también siguen sufriendo la erosión del efecto inflacionario.

El Presupuesto 2019 aprobado no hace más que formalizar las intenciones del Gobierno y el FMI de descargar el ajuste en la clase trabajadora y complacer a los mercados financieros, intentando garantizar el pago de la deuda por sobre objetivos sociales elementales. Alrededor de $ 500.000 millones (o 2,7% del PBI) serán quitados el año próximo de partidas que mejoran la vida de las mayorí­as. El Presupuesto contiene recortes en subsidios a energí­a y trasporte, obras de infraestructura pública, transferencias a las provincias, educación, salud y vivienda. Además, incluye subas estrepitosas de intereses de la deuda pública, que valuados a un tipo de cambio de $40 por dólar, superarán los $560.000 millones (un aumento superior a la inflación interanual que se espera para el año entrante). De ese modo, se operativiza una cuantiosa transferencia de riqueza al capital financiero y se convalida el ajuste que se vino depositando sobre las espaldas de los estratos medios y bajos de la población desde que asumió el nuevo gobierno.

En suma, las decisiones en materia económica orientadas revivir el régimen de valorización financiera en un mundo que tiende a cerrarse son las que explican porqué la cumbre del G20 será un nuevo acto en la tragedia de la polí­tica exterior argentina y una oportunidad perdida para tener una estrategia alternativa como la que supimos tener. No porque en sí­ mismo el G20 sea un ámbito en que puedan resolverse los grandes problemas de nuestro paí­s, pero sí­ es un foro donde se sientan posiciones y se visibilizan las estrategias de cada paí­s. La polí­tica del gobierno de Mauricio Macri hace de este tipo de espacios globales, y el lugar desde el cual intenta posicionar a nuestro paí­s, nada tiene que ver con nuestra idiosincrasia, nuestros valores y nuestra trayectoria histórica de posicionamiento internacional en pos de la autonomí­a para definir las propias polí­ticas de desarrollo y hacer efectiva la voluntad popular que sólo puede serlo en la medida en que se anulen los condicionantes externos. La independencia económica es una condición de la soberaní­a polí­tica y la justicia social.

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