A imagen y semejanza de lo ocurrido a principios de abril, Cristina volvió a producir un acontecimiento político con un solo movimiento: subirse a un avión para viajar a Buenos Aires.
Esta vez, a diferencia de hace cuatro meses, bajo una lluvia torrencial, que de todas formas no impidió que decenas de miles de personas se acercaran al aeropuerto Jorge Newbery para un darle marco épico a la llegada de la única dirigente política argentina en condiciones de producir semejante convocatoria.
" ¡Es Mick Jagger!", gritó a sus colegas uno de los periodistas que se encontraba parado dentro del corralito de prensa, sorprendido por la algarabía del gentío que sorteó el celoso cerco que la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) había dispuesto para separar al público de la salida de los pasajeros de la Terminal C, como si la muchedumbre que solamente quería saludar a la Jefa pudiera ser una amenaza para alguien.
Habían sido más de cuatro horas de espera bajo la lluvia para los que comenzaron a llegar a las inmediaciones del Aeroparque al caer la tarde, con un único objetivo: saludar a Cristina y darle la bienvenida. Si era de cerca, mejor.
Poco acostumbrados a tener que lidiar con este tipo de situaciones (las estrellas de rock, los personajes de la farándula y aún algunos políticos, suelen ser sacados del lugar directamente por la pista de aterrizaje o por el salón VIP), los muchachos y muchachas de la PSA parecían nerviosos. Tanto que tuvieron que pedirle una mano a algunos efectivos de Gendarmería y Prefectura, quienes también se acercaron al estacionamiento donde se encontraba la gente para marcar presencia y a custodiar vaya uno a saber que cosa.
¿Tan violenta habrá sido la orden de algún ministro o ministra? No importa. Así las cosas, la multitud, el pueblo allí presente, aguardó con paciencia el arribo de Cristina, cantando y gozando de lo que fue una verdadera fiesta popular.
Pasadas las diez de la noche, la Presidenta hizo su esperada aparición, saludando a quienes habían conseguido ubicarse en la primera línea del vallado, y pudiendo hablar con la prensa allí presente, para agradecer la presencia de toda esa gente que había decidido que el mejor plan para un sábado a la noche era ir a recibirla. Con lluvia y todo.
Minutos más tarde, se subió al auto que la llevaría hasta su casa en el barrio porteño de Recoleta, donde también la esperaba un buen número de militantes, a los que pasó a saludar antes de irse a descansar.
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