Tecnópolis nació como el legado de la generación del Bicentenario. Un parque gratuito, levantado sobre cincuenta hectáreas de historia, ciencia, arte y tecnología, que ponía en escena algo más profundo: la voluntad de construir un país que abrace, que iguale, que convierta en protagonistas a los más pibes. Democratizar el conocimiento no era una consigna vacía. Era garantizar que millones de pibas y pibes accedieran, por primera vez, a experiencias que antes les estaban negadas. Que tocaran un satélite, que hablaran con científicos y científicas, que se subieran a un avión por primera vez, que recorrieran la historia industrial argentina, que crearan con sus manos. Que descubrieran que el futuro también podía ser suyo.
14 años de la creación de Tecnópolis
Cuando soñar también era un derecho

El 14 de julio de 2011 Cristina Fernández de Kirchner inauguró el parque temático más grande de América Latina. No era sólo una feria de ciencia y tecnología, era un acto de invitación al futuro, un acto de amor colectivo.
Cristina lo dijo desde el primer día, con una claridad que todavía emociona: “Tecnópolis es una invitación al futuro. Una conmemoración de lo que pudimos hacer los argentinos. El legado que la generación del Bicentenario quiere dejarle a la Argentina para su tercer siglo”.
Para muchos y muchas fue también la primera vez que viajaron. Que salieron de su provincia. Que compartieron con sus compañeros y compañeras una experiencia inolvidable. Tecnópolis no era solo una muestra: era una política pública hecha con ternura y convicción, que generaba orgullo y pertenencia. Como en 2013, cuando Cristina inauguró la tercera edición junto a Celeste y Fabricio, dos estudiantes de Loma Blanca, Jujuy. “Ellos representan a millones de argentinos que no estaban incluidos y que hoy, con gran amor, los incluimos”, dijo ese día la compañera. Fabricio y Celeste vivían a más de 4.000 metros de altura, y en Tecnópolis descubrieron un país que los miraba a los ojos.

"Yo tenía quince años y vivía en un pueblo del interior. En casa, la ciencia y el diseño siempre parecían cosas lejanas, de la tele o de las publicidades. Pero un día la escuela organizó un viaje a Tecnópolis, y fue la primera vez que salí tan lejos con mis compañeros. Todo era enorme y distinto: tocamos cosas, vimos dinosaurios, hablamos con gente que nos enseñaba desde el juego. Ese día no usé el celular. Me senté en el pasto, escuché música, conocí a otros pibes, vi a mis amigos reírse como nunca. Volví sintiendo que había vivido algo que no se me iba a olvidar nunca”.
Ese relato podría ser el de cualquiera. Porque Tecnópolis dejó una marca generacional que todavía vive en la memoria de quienes la conocieron como lo que fue: una puerta abierta al porvenir.
No fue un camino fácil. El entonces jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, se negó a habilitar la construcción de Tecnópolis en la Ciudad de Buenos Aires. Frente a ese intento de bloqueo, hubo decisión política. Se levantó en Villa Martelli, con el acompañamiento del gobierno bonaerense, el municipio, cooperativistas, empresas públicas y privadas, trabajadores y trabajadoras que hicieron de ese predio una verdadera capital del futuro. Lo que iba a durar unos pocos días se convirtió en el parque temático más grande de América Latina. Una experiencia colectiva donde aprender no era repetir, sino experimentar. Donde educar no era bajar línea, sino encender curiosidades. Donde lo importante no era solo mostrar lo que habíamos sido, sino decirnos en voz alta lo que todavía podíamos ser.

Pero hoy, ese sueño está en pausa. Con las presidencias de Mauricio Macri y de Javier Milei, Tecnópolis fue vaciado, desfinanciado y desplazado de su sentido original. Ya no recibe a las escuelas públicas. Ya no invita a imaginar. Ya no le pertenece al pueblo. El parque de la ciencia y la inclusión se convirtió en un predio cerrado, alquilado para eventos privados. Lo que fue derecho se volvió recuerdo. Lo que fue política transformadora, hoy es nostalgia.
Y no es casual. La mujer que lo hizo posible hoy está proscripta. No puede ser candidata porque se atrevió a construir una Argentina donde el conocimiento no fuera privilegio. Porque pensó que la igualdad también era mostrarle a una nena del norte que podía ser científica, a un pibe del conurbano que podía ser inventor, a una generación entera que tenía derecho a soñar con algo más. Porque gobernar, para ella, fue abrir puertas. Ensanchar el horizonte. Dejar huellas, no cicatrices.
A catorce años de la creación de Tecnópolis, no hablamos solo de un parque. Hablamos de un modelo de país, de una apuesta por el futuro pensada desde cada rincón de nuestra Patria. Somos los pibes y las pibas que crecieron con Tecnópolis y con Paka Paka, y no nos vamos a resignar a que los que vienen crezcan entre discursos de odio, mentiras y TikToks vacíos. Porque hubo una época en la que imaginar no era ingenuidad, sino política pública. Cristina nos quiso científicos, artistas y soñadores. Por eso la proscriben. Pero Tecnópolis, como el pueblo, también va a volver.
