Con el cariz de abuela buena se les plantó y les ganó a los genocidas que secuestraron, torturaron y desaparecieron. Con el cariz de abuela buena recuperó 133 nietos que crecían en la mentira de aquellos que robaron bebés. Con el cariz de abuela buena impulsó juicios que probaron y condenaron a más de 1.189 represores por delitos de lesa humanidad. Con el cariz de abuela buena permitió que los asesinos de los 30.000 compañeros detenidos desaparecidos tuvieran el proceso legal que le habían negado a las víctimas del terrorismo de Estado.
Estela no necesita que nadie le diga que “puede sentir dolor por la muerte de su hija”. Ese dolor se lo impusieron los genocidas que representa Victoria Villarruel, pero aún así no lograron arrastrarla al barro de la venganza en el que todavía nadan los represores que braman “memoria completa” pero olvidan dónde, cuándo y cómo descartaron los cuerpos de nuestros compañeros.
El pueblo argentino recorrió un largo camino para construir las políticas de memoria, verdad y justicia que hoy lo enorgullecen. A 40 años de democracia, el juicio a las juntas, la derogación de las leyes de obediencia debida y punto final, el juzgamiento a los militares, el pedido de perdón en nombre del Estado en cabeza de Néstor Kirchner, el rechazo al fallo del 2×1, cada baldosa y cada marcha, son emblema de un pueblo que deberá seguir levantando bien en alto sus banderas para defenderlas. Para defenderlas incluso de aquellos liberales insólitos a quienes les molesta el rol del Estado cuando se mete para garantizar derechos pero que relativizan su responsabilidad cuando se metió en la vida de las personas para quitársela. Somos quienes realmente creemos que el Estado existe para mejorar la vida de las personas y por eso sostenemos la trascendencia de que ese mismo Estado repare el dolor que, por su propia responsabilidad, generó en un infierno en el que solo mandaba un demonio.
Memoria, verdad y justicia para siempre.