La presentación de Lula como candidato se dio pocos días después de la resolución del Comité de Derechos Humanos de la ONU que evidenció el proceso de persecución judicial y privación de derechos civiles y políticos que el expresidente sufrió desde 2016.
La consecuente imposibilidad de Lula de presentarse como candidato presidencial en 2018 es un claro ejemplo de cómo operó el lawfare en nuestra región. Sin los 580 días de prisión a los que fue sometido Lula no hubieran sido posible el triunfo de Bolsonaro, su desastrosa gestión de la pandemia ni el regreso del neoliberalismo en versión fascistoide.

Como expresó Lula, Brasil necesita volver a ser un país normal. Para ello, el líder indiscutido del pueblo brasileño ha convocado a una amplia coalición, con el apoyo de partidos de todo el espectro político y de organizaciones sociales y trabajadores.
La coalición electoral incluye al exgobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin, como candidato a vicepresidente, quien afirmó que ninguna disputa del pasado impedirá que apoye con toda su fuerza la vuelta de Lula a la presidencia y hacer posible el urgente cambio que necesita Brasil.

El discurso de Lula se enfocó en la necesidad de recuperar la soberanía de Brasil en todas sus dimensiones. Con un tono conciliador y pacifista, el expresidente planteó que en las elecciones de octubre Brasil tiene la oportunidad de revertir el proceso de desindustrialización, miseria y desocupación de Bolsonaro, y construir una alternativa a su incompetencia y autoritarismo.

El pueblo brasileño tiene la esperanza de que, tal como sucedió en Argentina gracias a la estrategia de nuestra conductora Cristina Fernández de Kirchner, Brasil vuelva a tener un gobierno popular y latinoamericanista que recupere la industria y el trabajo. Como dijo Lula al cierre del acto “No hay fuerza mayor que la esperanza de un pueblo que sabe que puede volver a ser feliz”.