Entre las delegaciones encabezadas por los primeros mandatarios se destacaba la presencia de George W. Bush. Era una reunión clave para la estrategia continental de Estados Unidos, que pretendía lograr el compromiso político de todos los presentes para que se constituyera por fin el írea de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que venía impulsando desde hacía más de una década.
Durante los dos días de deliberaciones y negociaciones los representantes de los países del MERCOSUR y algunos aliados sostuvieron que no se apurarían en avanzar hacia un acuerdo de liberalización comercial que implicara poner en riesgo los proyectos nacionales de desarrollo económico y el trabajo de sus ciudadanos.
Los presidentes Lula Da Silva, Tabaré Vázquez, Nicanor Duarte Frutos y Néstor Kirchner, con el apoyo de Hugo Chávez, entre otros, dejaron en claro que en esa Cumbre había dos posturas en cuanto al modelo de integración que debía guiar los destinos de nuestra América durante la década siguiente. No se adoptaría el modelo que ya regía en Norteamérica, es decir, no se avanzaría en un mercado común que perpetuara la dependencia del resto del continente a los Estados Unidos y que cerrara los caminos al desarrollo del resto.
Emergía un proyecto de integración en América latina y el Caribe que nada tenía que ver con el que el gigante del Norte venía proponiendo desde la I Cumbre de las Américas de Miami en 1994, que había comenzado a plasmarse en el Consenso de Buenos Aires firmado por Lula y Néstor dos años antes, y que con el correr del tiempo se expresaría en la conformación de UNASUR y CELAC.
En sus intervenciones durante la Cumbre de Mar del Plata, Néstor pidió que se sinceraran y se aceptaran las diferencias, que un acuerdo no podía resultar de “la imposición en base a las relativas posiciones de fuerzaˮ. También destacó las consecuencias nefastas que había tenido el discurso único del Consenso de Washington y sus políticas del derrame que nunca llegaba a los más desfavorecidos.
Desde esa independencia de criterio, tanto él como el resto de los presidentes del Mercosur y sus aliados, contribuyeron a consolidar la democracia en la región y dentro de cada uno de sus países. Con avances y también con frustraciones buscaron las respuestas desde la política, aceptando las diferencias y tratando de lidiar con ellas.
A partir de ese momento, la creación y la protección del empleo quedaba más que nunca en el centro de toda discusión sobre la integración económica y política y el fortalecimiento de la democracia en la región.
Bush se fue de Mar del Plata antes de que finalizara la Cumbre masticando bronca porque no tuvo el consenso que había venido a buscar. Su presencia no había resultado suficiente para disciplinar al dueño de casa, a pesar de que ante los medios había pronunciado una frase con pretensiones mágicas referida a supuestas “decisiones sabiasˮ de los países que cooperan con Estados Unidos para atraer la inversión. Argentina no había respondido igual que diez años antes cuando Bush padre había venido a felicitar al gobierno por las privatizaciones, la apertura económica y el involucramiento en la Guerra del Golfo.
Es cierto que en Mar del Plata se enterró el ALCA, como dijo Chávez, pero también se marcó un hito en una etapa de la historia que protagonizarían los pueblos de América. Ya no se comprarían modelos enlatados de la ortodoxia económica, ya no se hipotecaría el futuro de nuestros países en nombre del libre mercado.
Quedaron en la memoria de muchos de nosotros las imágenes de la Cumbre de los Pueblos que se había desarrollado durante los días previos y en paralelo a la Cumbre de Presidentes. El tren, el estadio mundialista repleto saltando y cantando “un minuto de silencio para el ALCA que está muertoˮ. Diego Maradona, Silvio Rodriguez y el entonces candidato a presidente de Bolivia, Evo Morales, mezclados entre el pueblo organizado que se sabía protagonista de un momento histórico.
Hoy reivindicamos mucho más que esas imágenes. Nos quedamos con la fuerza y la verdad de las palabras expresadas por nuestros líderes en Mar del Plata y con la tranquilidad de saber que siempre fueron consecuentes con lo que firmaron y lo que evitaron firmar.
En aquella oportunidad pusieron en el centro de los acuerdos, en la declaración final de esas que generalmente quedan en el olvido, “la creación de trabajo decente para enfrentar la pobreza y fortalecer la gobernabilidad democráticaˮ. Dedicaron, además, un capítulo a las “micro, pequeñas y medianas empresas como motores del crecimientoˮ. Se comprometieron con el trabajo y la democracia naturalmente, como lo haría cualquiera que milita por esos objetivos toda la vida.
Había proyectos políticos de países libres y soberanos que se habían construido durante décadas, con convicción y mucho esfuerzo. Lula y el Partido de los Trabajadores habían llegado al poder luego de perder tres elecciones presidenciales. El Frente Amplio había construido la unidad del campo popular durante 30 años hasta llegar a la presidencia del Uruguay. La generación de Néstor y Cristina había podido volver a pesar y junto a sus 30 mil compañeros detenidos desaparecidos por la dictadura cívico militar. Evo, un líder sindical aymara, estaba a meses de cambiar la historia de Bolivia para siempre. ¿Cómo iban a comprometerse esos compañeros con un proyecto de libre mercado continental que implicaba la destrucción del trabajo y los sueños de industrialización y desarrollo de nuestros países? La experiencia de los 90 era demasiado cercana como para que los dirigentes surgidos del campo popular volvieran a traicionarse.
También quedó en la letra de aquella declaración el compromiso de todos los países con la democracia y el pleno cumplimiento de los derechos humanos, como decíamos antes, vinculado a la creación de empleo. Pero también expresado en la intención de continuar fortaleciendo el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, integrado por la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Por estos días, testigos privilegiados de la violación del Estado de derecho en Argentina, y del incumplimiento de las medidas cautelares dictadas por la propia Comisión con relación a la detención arbitraria de Milagro Sala.
Hoy, en nuestro país, pero también en naciones hermanas como Ecuador y Brasil, parece ser que la receta para lograr gobernabilidad es la persecución judicial y el linchamiento mediático de los opositores. Una cortina de humo tras la cual esconder el intento por imponer nuevamente aquel proyecto político y económico derrotado en las históricas jornadas de Mar del Plata, un modelo económico de ajuste que las elites gobernantes no pueden exponer abiertamente. Sus efectos ya los conocemos, son la pérdida de puestos de trabajo, la destrucción de pequeñas y medianas empresas, el ahogo a las economías regionales y el consecuente deterioro sustancial de la calidad de vida de los ciudadanos, especialmente de los más desfavorecidos.
A todo eso le dijeron que NO Néstor y el resto de los compañeros líderes de la Patria Grande cuando enterraron el ALCA. Por eso, para nosotros el 4 de noviembre no es una foto que añoramos.
Es la reafirmación del compromiso eterno de seguir poniendo el cuerpo y la palabra, como lo hace Cristina, para frenar la restauración neoliberal en nuestra América.