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VIVIR PARA MILITAR Y MILITAR PARA VIVIR

Yenny Amaya viví­a en Mataderos. Es kirchnerista hasta la médula, desde la primera hora. Cargaba en su espalda la historia de todo un pueblo. Lo hací­a desde el más puro convencimiento, militando su barrio con la sonrisa como bandera y siempre de pie ante cualquier adversidad polí­tica o personal, aunque para un militante es imposible escindir una de otra.

Yenny nació en Tucumán y allí­ militó durante los años 70, esquivando balas y haciendo lo que mejor sabí­a: organizar y convencer con esa fuerza que solo tienen los grandes. Discutí­a, como siempre lo hizo, la polí­tica desde y por el pueblo, con los pies en la tierraˮ¦ más allá de las grandes responsabilidades ocasionales que le tocó ocupar. Y si te discutí­a, te quedaban sólo dos opciones: o te rendí­as encantando ante una dirigente militante que hací­a un culto de cuidar el territorio y de un momento a otro te citaba a Gramsci o a Perón, o te agarrabas fuerte y te preparabas para discutirle   a fondo, para que el piso, la estanterí­a y sobre todo las ideas se muevan de un lado a otro hasta encontrar esas mágicas sí­ntesis que surgen de hablar y profundizar debates. Provocadora, incisiva, profunda, leí­a los tiempos polí­ticos como viví­a la vida, con absoluto compromiso y la cabeza frí­a para tomar las decisiones con la responsabilidad que ello implicaba.

Su vida estuvo dedicada a dar amor y a luchar, pero serí­a de un negacionismo imponente que ella no se merece dejar de mencionar que estuvo plagada de adversidades. Dictadura y dictadores, exilios y derrotas, enfermedades. No le fue fácil, sobre todo los últimos 9 años, en los que luchando contra el cáncer, logró ponerle condiciones a la muerte y pelearla para ver todo lo que logramos como gobierno y proyecto, teniéndola a ella como una de muchas que hicieron Patria militando la gestión, honrando sus orí­genes y su historia, construyendo en su organización Kolina, y reivindicando en cada paso una lucha que hoy cobra   fuerza y en la que supo ser pionera como lo es la de la mujer.

No es fácil resumir una vida ( ¡menos la de ella!) en un simple texto. Realmente se encargó de escribir páginas y páginas de la historia polí­tica de los últimos 40 años de la Argentina, de militarla hasta en cárcel, y en los 80 y los 90 peleándola desde la Multisectorial de Mataderos-Liniers, que poní­a el pecho a la represión para cuidar el trabajo, hasta Los Hijos de Fierro, esa histórica banda de la que aún muchos años después el barrio seguí­a hablando.

El kirchnerismo nos encontró, a muchos, dispersos, desorganizados y sin un rumbo claro. El quiebre generacional que provocó la dictadura, llevándose a grandes cuadros y militantes que garantizaban la presencia territorial de un proyecto y la discusión permanente de ideas en la sociedad, se habí­a hecho sentir durante toda la resistencia en los 90. Expresiones aisladas y siempre reivindicables nos demostraban que habí­a que plantarse, aunque nos dijeran que ya no existí­a el peronismo como tal, aunque nos basurearan como sociedad y nos mintieran descaradamente aprovechándose de un pueblo golpeado por el hambre y la desocupación. Por esto pero sobre todo por lo que hizo, Néstor fue un milagro polí­tico. Su llegada nos obligó a organizarnos, a buscar incansablemente la forma de estar juntos, de encontrarnos con aquellos que desde otro lugar, muchas veces en silencio y otras tantas a los gritos, daban la pelea en centros culturales, clubes, sociedades de fomento, comedores. Y ahí­ fue que nos encontramos, en el momento justo.

Un barrio, un club, una camada de militantes grandes (y grandes militantes) y un grupo de pibes que habí­a decidido comenzar a organizarse en un barrio laburante como lo es Mataderos, Cristina soportando el feroz lockout patronal y la traición de Cobos, y una necesidad inconmensurable de explicarles a quienes no lograban quitarse el velo de sus ojos la verdadera batalla que estábamos dando como proyecto, pero sobre todas las cosas de volver a organizarnos como pueblo para un proyecto que lo merecí­a para poder profundizar en sus polí­ticas.

Y Yenny, claro, con su bolsa de mandados y en alpargatas, escuchándonos, mucho, como nadie. Canalizando nuestra energí­a y enseñándonos a la vez a administrar los tiempos, a serenarnos sin perder la intensidad de la militancia, potenciando el fuego que tiene un militante que se sabe viviendo una revolución   (hoy inconclusa pero en construcción permanente) y ayudándonos a parar la pelota y pensar en el cómo y en el para qué.

“No se necesita una unidad básica para construir territorio, y si algún dí­a tenemos una, que no sea muy grande, que sea linda y cálida para los vecinos, que nos quede chica en todo caso, los militantes deben estar siempre en las callesˮ. Una simple frase como esa nos ayudaba a planificar, ordenar, y sobre todo a tener la paciencia necesaria para valorar cada paso que se da cuando el objetivo es grande. Nos proponí­amos ganar el barrio, construyendo unidad con todos los sectores, por lo cual armamos entre otros ámbitos, la mesa del peronismo de Mataderos, donde compañeros de sindicatos y el partido se sentaban a tomar unos mates y hablar de polí­tica con unos pibes veinteañeros de La Cámpora y otras organizaciones. No existí­a el Unidos y Organizados como tal, pero Yenny en su cabeza ya lo habí­a inventado y nos convocaba a todos pero todos a reunirnos en la UB Ahora o Nunca, la cual compartí­amos junto a Kolina, para fortalecer el FPV. Eso en el 2009, eso en el 2016.

La unidad y la territorialidad para ella vení­an de la mano, y era tan importante como saber interpretar la lí­nea, no confundir candidaturas con proyectos, y sobre todas las cosas poder ver más allá de uno y no confundir al enemigo real de los adversarios ni mucho menos de los aliados.

Esa era Yenny, la que nos enseñó al menos a tres generaciones distintas de militantes nacionales y populares cómo organizar una columna o cómo hablar con los vecinos, siempre desde la humildad, siempre con los pies sobre la tierra, siempre comprendiendo los contextos y sus complicaciones, siempre desde la sencillez de quien conoce su territorio y a su gente, siempre desde el amor.

Ella era grande, por su ejemplo de todos los dí­as, por su ejemplar vida, pero sobre todas las cosas porque nunca nadie que la conoció y tuvo el privilegio de intercambiar ideas con ella se iba con las manos vací­as. Si querí­as pensar, ella te ayudabaˮ¦ y te poní­a a laburar. Si ya laburabas y pensabas, te provocaba, te mejoraba. Ella era así­, era vida, militancia, polí­tica, alegrí­a, un gran canto a la vida y a los compañeros.

Siempre nos decí­a: “Cuiden a los compañeros que es lo mejor que tenemosˮ. Y nos lo tomamos muy en serio. Los que la conocimos y la vivimos, honraremos su lucha, es nuestra tarea pero sobre todas las cosas nuestro mayor orgullo. Somos los herederos de una tradición de lucha por la liberación de la Patria, y lo vamos a hacer valer todos los dí­as, donde nos toque estar, pero siempre con la cabeza en alto, militando el proyecto y construyendo la organización popular que nos merecemos para volver mejores.

Yenny, militante, mujer, kirchnerista, mataderense, tucumana, madre, abuela, maestra, luchadora de la vida, amiga, vecina, dirigente, compañeraˮ¦ ¡Hasta la victoria siempre!

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