Opinión

Los sueños y la imaginación

Por Sandra Russo

Yo no sé si habrá sido el sonido de las cacerolas, los gritos destemplados, esa timthumb-4indisimulable urgencia de tanta gente por deshacerse del Gobierno mezclada con otra gente que simplemente no soporta al Gobierno, arengada por una oposición que se saca la pechera para ir a una “protesta ciudadanaˮ a la que no quieren “contaminarˮ con polí­tica. Creo que no. Me parece que el impulso vino de antes, quizá del fallo de la Cámara en lo Civil y Comercial, casi obsceno en su caracterización de “prensa independienteˮ. Pero tampoco fue por eso que repentinamente me vinieron a la cabeza unas palabras que habí­a escrito hace justo diez años, nada menos. Eran palabras simples: “Galletitas con manteca y mielˮ.

En realidad esas cinco palabras recortadas en un chispazo de memoria emocional se abrieron paso el sábado pasado, cuando recorrí­ los barrios inundados de La Plata, el dí­a en que 15 mil voluntarios ˮ“militantes polí­ticos, de organizaciones sociales, religiosas y no gubernamentalesˮ“, junto al Ejército y otras fuerzas de seguridad, inundaron a su vez esos barrios de solidaridad organizada. Fue un hecho inédito en muchas décadas y, en algunos matices, completamente nuevo. Fue ese sábado, caminando por el barrio del Gauchito Gil, creo, entrando a la casa de madera de una madre que habí­a perdido un hijo dos semanas antes de la inundación. Era una mujer de unos sesenta años, que cebaba mate a los voluntarios y repartí­a mamaderas entre las tres o cuatro nenas que la rodeaban. Esa casa siempre se inundaba, aunque llovieran cuatro gotas. Cinco jóvenes esa tarde se la estaban techando y haciéndole aleros de chapa, para proteger las ventanas del agua. Fue cuando esa mujer desbordada por tanta desgracia se puso a mirar esos aleros en medio del griterí­o de las nenas y los voluntarios, y no llegó a sonreí­r, pero le vi en la cara un soplido de alivio. Probablemente ésa era la primera vez en su vida que alguien hací­a algo por ella sin esperar más a cambio que ese, su propio alivio acatarrado, acongojado, mudo.

Hace diez años, el 25 de mayo de 2003, cuando asumió Néstor Kirchner, escribí­ la contratapa de este diario. Se llamó “Imaginoˮ, y no hablaba del kirchnerismo, que todaví­a no existí­a, sino del espí­ritu de una ilusión. La mí­a y la de la parte de mi generación que llegó muy golpeada a aquel dí­a, dos años después del estallido, después de veinte años de frustración en democracia. ¿Qué nos ilusionaba? ¿En qué creí­amos? ¿Qué imaginábamos entonces que podrí­a pasar para sentir que por fin algo cambiaba? ¿En qué sentido soñábamos el cambio? ¿Por qué me habí­a caí­do como un rayo esa imagen doméstica, la de las galletitas untadas con manteca y miel, cuando todaví­a hubiese sido de perfecta ciencia ficción imaginar que no serí­amos nosotros sino los más jóvenes que nosotros los que en 2003 eran niños, los que tomarí­an esa posta de ilusiones?

En aquella nota que dejaba entrever, además del voto en la urna, el voto de confianza, y en la que dejaba constancia que quienes crecimos defendidos con cinismo sólo a regañadientes podí­amos arriesgar una esperanza, describí­a el carácter de aquel sueño guardado durante décadas: era el de siempre, el de entonces y el de hoy, porque falta mucho todaví­a. Era el sueño de un paí­s inclinado hacia los débiles; un paí­s que los dejaba entrar. Asumí­a también que habí­a peleas que nadie en el poder se habí­a animado a dar. ¿En qué consistió, si no, el largo reproche de los entonces “sectores progresistasˮ a Raúl Alfonsí­n después de las Pascuas que no fueron felices?

En esa nota de 2003 me hací­a otras preguntas: “ ¿Y si ahora sí­? ¿Y si lo hacen? ¿Y si saben? ¿Y si se animan? ¿Y si hablan en serio? ¿Y si alguna puta vez se produce la alquimia entre representantes y representados? ¿Y si de un 22 por ciento y un ballottage malogrado resulta que nace una chance? ¿Y si la aprovechan? ¿Y si a medida que la aprovechan el cinismo se nos borra de los ojos y esta ilusión púber se nos enciende?ˮ.

Y el siguiente párrafo fue el que me conectó con la escena del fin de semana pasado en La Plata, porque ahí­ estaba la respuesta a esas preguntas. Era y es una respuesta inevitablemente colectiva. En ese párrafo detallaba el faro de un profundo deseo de polí­tica, anclado en muchas almas y, por lo visto, enlazado entre generaciones.

“Porque, después de todo, ¿en qué estamos pensando? ¿Qué hay atrás de este boceto de ilusión? No es nada raro, nada excéntrico, nada que deba mantenerse en secreto. Imagino para alguien, para cualquiera, para todos, un desayuno. Café con leche y galletitas con manteca y miel. Imagino padres que se van al trabajo y chicos que se van a la escuela. Imagino aulas con techo y baños con puertas. Lápices y cuadernos. Panzas llenas. Imagino oficios que permitan vivir. Hospitales en los que se den turnos, se hagan radiografí­as y se repartan anticonceptivos. Imagino reencuentros familiares a la noche, camas secas, abrigadas, sopa espesa o churrascos, buenos ánimos, paseos en el fin de semana, cada tanto alguna carcajada de ésas que hemos exiliado porque en cada familia hay un desocupado, un enfermo, un depresivo, un violento, una ví­ctima de algún tipo de abuso. Imagino un lento y sostenido movimiento hacia la equidad, un emparejamiento suave y constante de las posibilidades de cada uno.ˮ

Las cosas que sucedieron después de ese dí­a eran imprevisibles, como es imprevisible, hoy, el futuro. Los cacerolazos demuestran que hay mucha gente en desacuerdo con el rumbo tomado, pero lo expresan de un modo que inhabilita los puentes. Si partimos de que esto es una dictadura, no hay debate posible. Lo que hay es una fuerza polí­tica tan legí­tima como cualquiera, sin nadie enfrente que sea capaz de construir una herramienta para oponérsele. Ya sabemos que no quieren este modelo de paí­s que, para la mayorí­a, hasta ahora, no ha cubierto todas las necesidades del pueblo, pero marca sin duda el rumbo hacia aquel “lento y sostenido movimiento hacia la equidadˮ con el que soñamos muchos ahora, antes y siempre.

Publicada en Pagina/12

Portada
Las calles argentinas otra vez fueron un espacio de encuentro. Este 23 de abril quedará grabado en la memoria colectiva como el día en el que millones de personas construyeron una verdadera movilización popular reuniéndose en distintos puntos del país con la premisa de defender la educación pública. En esta nota te contamos la marcha desde adentro.
Ambiente
El 22 de abril de 1970 es el Día Internacional de la Tierra gracias a una masiva movilización de estudiantes de todos los niveles educativos y organizaciones de la sociedad civil estadounidense que convocaron a más de 20 millones de personas con un mensaje de conciencia y preocupación sobre el ambiente ante el legado del desarrollo industrial sobre la calidad de vida.