Opinión

El otro paí­s

Habí­a una vez un paí­s ordenado, se hací­an las cosas “como Dios manda”, donde algunos usufructuaban de los beneficios de los recursos de estas tierras y otros apenas subsistí­an. Carlos López (*) Habí­a una vez un paí­s ordenado, se hací­an las cosas “como Dios manda”, donde algunos usufructuaban de los beneficios de los recursos de estas tierras y otros apenas subsistí­an. Un paí­s donde algunos tení­an seguridad jurí­dica para sus derechos, y también sus tropelí­as, y otros quedaban desamparados. Un paí­s que miraba con envidia a las grandes metrópolis lejanas y evitaba que sus ojos contemplaran la América morena. Un paí­s siempre atento a los dictados de organismos internacionales de crédito, descartando tener autonomí­a económica y financiera. Un paí­s donde sus fronteras eran el camino de posibles conflictos de guerra con nuestros vecinos, desechando la factible integración regional mancomunando esfuerzos para ser más competitivos con el resto de las naciones del mundo. Un paí­s donde sus fuerzas armadas se convertí­an, ilegalmente, en custodios de los más altos intereses de la nación porque eran “la reserva moral” de la patria, desdeñando y mancillando el valor de la democracia. Un paí­s donde era bueno hacerse amigo del juez para tener “palenque ande rascarse”, donde el concepto de justicia social no existí­a. Un paí­s donde señorones miraban altivamente, y muchos llevaban las cabezas gachas, para no ofender a dichos señorones. Un paí­s donde las señoras de la sociedad toman el té “a la inglesa” a las cinco de la tarde, mientras que el pobrerí­o con suerte tomaba un mate cocido al dí­a. Ese paí­s gobernó y ejerció el poder en la mayor parte de la historia de nuestros 200 años. Ahora bien hubo periodos en la Argentina donde la justicia se inclinaba hacia los que menos tení­an. Podemos resaltar el perí­odo peronista del 1945/1955 y el actual perí­odo kirchnerista que ya lleva 12 años y sigue. La época peronista se basa en tres banderas histórica la soberaní­a polí­tica, la independencia   económica y la justicia social. Estas fueron retomadas de la mano de Néstor y Cristina, pero además ampliaron derechos que no tení­an cabida en las décadas del ’40 y ’50. El movimiento peronista, emergido hacia fines de la Segunda Guerra Mundial le permitió a los explotados, oprimidos, humillados y ofendidos de nuestro paí­s tomar conciencia que podí­an agruparse colectivamente e interpelar juntos al Estado para mejorar su condición social; es decir, para poder alcanzar un más alto nivel de vida, al ser correspondidos por el liderazgo de Perón y Evita. Y Aquí­ surge la visión gorila de la historia. El punto de partida del gorilismo lo configuran las transformaciones económicas, sociales, culturales y polí­ticas operadas por el peronismo. Esa concepción llevo a construir mitos como que “los cabecitas levantan el parquet para hacer fuego” o “usan la bañera para poner plantas”. Ese gorilismo perdura en el tiempo. El paí­s de “gente como uno”, se mostro patéticamente en el conflicto con los dirigentes agrarios poseedores de tierra y cultivos, cuando entrevistada una señora elegante en la Plaza de Mayo expresaba: “Que querés, les dan casa, comida, colegio, ropa y hospital, así­ esta todo malˮ¦” Esto es negar que sucedan acciones para que todos podamos vivir un poco mejor. Queda en claro que estos descalificadores quedan al descubierto como algunos que tiene una mirada no igualitaria, que no reconoce derechos, que tiene una mirada discriminatoria. Que tratan de anclarnos a un pasado, el cual no debe regresar. El otro paí­s, el de abajo, fue tejiendo solidaridad, pero fue además el artí­fice de que aparecieran en escena Néstor Kirchner y Cristina Fernández. No es que los hombres hacen los pueblos, sino que los pueblos, con su hora de desafí­os y grandezas, suelen ubicarse, seguros y triunfantes construyendo la figura de un hombre o una mujer, ode ambos, que nos conducen hacia un mejor destino. Ese paí­s de abajo, con discreción pero con dinamismo, en voz baja y sin reflectores, continúa el largo proceso de reorganización social. Los momentos se suceden, el amor a esta tierra los une, la palabra en común los hace compañeros. Y así­, sin prisa y sin pausa nuevas generaciones asumen la vida polí­tica, con alegrí­a y esperanza, van compartiendo experiencias de organización y gestión estatal. Mecanismos que, en la práctica, van creando nuevas relaciones sociales en las que los mandamás no deben tener cabida, demostrando que es posible construir otra polí­tica, y que se puede gobernar sin necesidad de que se forme una casta social que haga de sus privilegios su razón de ser. En esa construcción los dirigentes deben asumir un rol de conducción intermedia, entre nuestra conductora y todo el movimiento, alejados de egoí­smo y vanidades, siendo una verdadera polea de transmisión, quedando en claro que no se conduce de cualquier manera y menos contra las expectativas populares. En este año electoral es doble la responsabilidad de poder explicar con coherencia cuales son los pasos a seguir, y no estamos refiriéndonos a quienes son los candidatos, o quienes los van a acompañar, no estamos refiriendo a que siempre debemos poder explicitar la acción polí­tica que se lleva adelante, hacia donde vamos, como seguimos profundizando el cambio. Esto, como dirí­amos en la antigua jerga, es lo único que no se debe compartimentar. Debemos ahondar los contenidos, renovar el pensamiento, reelaborar el relato y redimensionar las estructuras organizativas para que nuestro pueblo se siga empoderando del destino que decidió transitar. Nos debatimos entre dos caminos, el que asume aquellos que aman y construyen una nueva sociedad, y el otro que transitan los que odian y deshacen. El paí­s no es de nadie, ni aún de los que poseen la tierra, el paí­s es de todos. Como dice José Martí­, “La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellaní­a de nadie.” “Muchas veces les contaron que yo era muy dura. Es cierto, a veces soy dura, pero quiero decirles que siempre he sido dura con los de arriba, jamás con los de abajo”, recalcó el 16 de mayo nuestra Presidenta Cristina Fernández de Kirchner. En esta América Latina injusta, es cierto, a veces hace falta el í­mpetu para expresarnos como nacionales y populares porque los intereses establecidos son tan cerrados y cerriles que no aceptan ningún método ni autoridad democrática, aunque sea esta, la expresión de las urnas. A los grupos económicos concentrados, la opinión popular les importa muy poco ni tienen la obligación de conservar votos, porque sus posiciones dependen de las ganancias que consigan para sus accionistas. La Argentina es el vivo retrato de América latina en sus profundas desigualdades sociales y en sus millones de pobres y desamparados. Lo único que la diferencia de la región es la memoria del bienestar que aún conserva la sociedad, y ese perfil igualitario se mantuvo durante décadas, ha sido recreado por Néstor y Cristina. Cabe sospechar que hoy la obsesión por la inseguridad y el temor por los pobres son funcionales a una sociedad profundamente dividida entre ricos y pobres. “Entre un paí­s y el otro”. En definitiva nosotros debemos ir hacia un único paí­s donde se practique y desarrolle una polí­tica democrática, igualitaria y emancipadora, como dice nuestra Presidenta, siempre “la patria es el Otro”. (*) Publicado en Tiempo Argentino el 06 de junio de 2015

Ciudad de Buenos Aires
El domingo 17 de marzo participamos, por cuarto año consecutivo, de la Marcha de las Antorchas en el barrio de Lugano 1y2 bajo el lema “Iluminemos las calles con memoria” y en unidad con todas las organizaciones del campo popular de la comuna y el Observatorio de Derechos Humanos de la Comuna 8.