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De aquellos lápices a estas netbooks

Ellos tení­an una enorme ilusión alimentada por un paí­s que parecí­a de una vez por todas empezar a encaminarse, retomar la senda de la justicia social interrumpida por casi dos décadas de prohibiciones, de proscripciones, de una democracia que cada dos por tres se quebraba a sangre y fuego, para dar paso a una nueva y larga noche donde la Constitución se suplantaba por la Ley Marcial.

Se criaron con los relatos de aquella epopeya que hizo poner de pie a cientos de miles de obreros y obreras, que por primera vez los hizo sentir sujetos de derecho a una vida digna, a un trabajo, a un salario, a una vivienda, a unas vacaciones, a una escuela, a un doctor. Ellos se imaginaban cómo serí­a esa Argentina. Y tení­an la fuerte esperanza de que en esos tempranos ˮ™70, pudiera volver a construirse aquel paraí­so de los relatos de sus mayores.

No tuvieron tiempo, no alcanzaron a tomar envión para iniciar el vuelo, que les arrancaron de cuajo las alas, a balazos, a golpe de picana, a fuerza de torturas. Una generación se ahogó en las oscuras aguas de la noche más larga y más sangrienta de la historia argentina, a las que fue arrojada.

Nosotros también tenemos una enorme ilusión, que despertó aquél 25 de mayo de 2003, cuando ese flaco desgarbado que vení­a de Rí­o Gallegos dijo que no iba a abandonar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada. Estábamos volviendo, como habí­amos anhelado durante tantos años, después de pasar también nuestra infancia con los relatos de una epopeya que parecí­a ya tan lejana como imposible de recrear. Conocimos la democracia ininterrumpida, pero nunca entendimos para qué nos podí­a servir. Porque la democracia parecí­a solo servir para que los polí­ticos hicieran sus negocios, se alternaran en el poder y garantizaran el “siga sigaˮ a las grandes corporaciones económicas que se habí­an adueñado del paí­s. Encima veí­amos que la democracia no creaba trabajo, ni generaba un reparto equitativo de la riqueza, y tampoco otorgaba dignidad, ni vacaciones, ni salarios, ni escuelas ni hospitales.

Pero cuando Néstor vino a proponernos un sueño, nos sentimos como aquellos jóvenes que pedí­an por el boleto estudiantil. Y en poco tiempo conseguimos mucho más. Porque no nos cortaron las alas ni nos bajaron del cielo a cañonazos. Y entendimos que habí­a que unirse y organizarse para no perder esta nueva oportunidad.

En ese derrotero de conformación del Movimiento Nacional y Popular es que los jóvenes nos juntamos para darle fuerza al proyecto, para unirnos en la historia con aquellos que se quedaron en el camino a mediados de los ˮ™70 y completar la tarea de una Argentina más digna, más equitativa, más justa, más inclusiva, como la que ellos soñaron. Porque a pesar de que a los jóvenes siempre los persiguieron, nunca se fueron, ellos están en nosotros.

Hace dos años le pedimos a Néstor que viniera a hablarnos al Luna Park. Una descompensación que habí­a sufrido unos dí­as antes le impidió hablarnos, pero no quiso dejar de estar a nuestro lado. Nos habló Cristina en su nombre. Pero el asentí­a cada palabra de la compañera Presidenta como si fueran propias.

Los jóvenes de los lápices hací­an polí­tica, militaban por un paí­s distinto y pedí­an por el boleto. Los jóvenes del bicentenario, con las netbooks en la mano vamos por más, por tener una mayor participación, no sólo uniéndonos y organizándonos, sino pidiendo espacio para decidir. Con el voto, como corresponde a un proceso democrático que se precie de abierto y participativo, como el que Néstor y Cristina nos consolidaron.

Argentina
El 13 de abril de 2016, con nuestra conducción agredida por la jauría mafiosa del juez Bonadío, el poder especulaba con que nadie asistiría, que todo había sido un gran simulacro, que sin el gobierno nacional la militancia se esfumaría. Lo equivocados que estaban. Medio millón de personas revalidamos nuestro compromiso poniendo el cuerpo, acompañando a Cristina a declarar en la primera de mil citaciones y en la primera de mil causas. Había que estar; y estuvimos.
Polí­tica
Un 9 de abril como hoy, pero de 1949, Juan Domingo Perón clausuraba el Primer Congreso Nacional de Filosofía en la ciudad de Mendoza, en la joven UNCuyo, con la presentación de una conferencia que luego se publicaría como “La comunidad organizada”.