Opinión

El discurso hegemónico

Por Lucas Carrasco

Diario Crónica 15-1-2012

En 1930, una de las razones para el derrocamiento que inaugurarí­a el siglo de los golpes de estado en la Argentina fue que el presidente Hipólito Yrigoyen estaba “digitado por los lí­deres de la revolución rusaˮ. Los socialistas argentinos (que se oponí­an a Yrigoyen) se habí­an dividido como en todos los paí­ses del mundo, justamente por esa revolución, y el ala que reivindicaba a los bolcheviques habí­a formado el Partido Comunista Argentino, que acusaba al “Peludoˮ de fascista.

Varios años después, y pasada la Década Infame, el miedo a Juan Perón, surgido de la “revolución de los coronelesˮ de 1943, llevó a la formación de la Unión Democrática, con eje en el radicalismo y el acompañamiento minoritario de dos extremos: los conservadores y los comunistas.

La prensa de la época narra que los conservadores temí­an a Perón, no en lí­nea con los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, sino por considerarlo un comunista.
Los comunistas, a su vez, en el marco de la estrategia de los “frentes democráticosˮ de aliarse con los partidarios contra el Eje, vieron en Perón a un aliado alemán e italiano: lo consideraban “nazifascistaˮ.

En 1973 retorna la democracia sin restricciones, y con elecciones libres triunfa la fórmula de Héctor Cámpora, dirigente leal a Perón y muy cercano a la Juventud Peronista, y Vicente Solano Lima, un conservador popular que habí­a sido furibundamente antiperonista.
Dorticós y Allende, los presidentes socialistas de Cuba y Chile, llegaron a la Argentina para la asunción de Cámpora, provocando en los aliados de los gobiernos militares bronca, fastidio y los insultos más ocurrentes.
No faltó, por supuesto, la acusación de que Cámpora estaba “manejado desde Chileˮ.

En los años 80, el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, financió ilegalmente el terrorismo en Nicaragua para debilitar la revolución sandinista que encabezaba el recientemente reelecto presidente de ese paí­s, Daniel Ortega. El mandatario argentino, Raúl Alfonsí­n, condenó en la propia Washington y delante de Reagan esa invasión. Fue duramente cuestionado por el conservadurismo local y, por supuesto, lo acusaron de ser digitado por la URSS, por Cuba y hasta por Nicaragua, uno de los paí­ses más pobres del continente y, en ese entonces, del mundo.

Conclusión: bajarles el precio a los presidentes que se salieron de las “relaciones carnalesˮ, de lo que dictan los manuales de buena conducta para las clases dominantes, ha sido una constante.

¿Pero qué sucede ahora que no existe el bloque soviético, que cayó el Muro de Berlí­n, China es un firme aliado de Occidente y el auge de las comunicaciones permite saber mucho más que cuando existí­a la Cortina de Hierro, para, por caso, notar similitudes y diferencias con el nuevo cuco (cuquito, más bien), Hugo Chávez? Se inventó el “doble comandoˮ, original teorí­a del relato hegemónico que arrancó en 2003, cuando el denominado “chirolita de Eduardo Duhaldeˮ, Néstor Kirchner, se empezaba a portar mal con Estados Unidos, con el FMI, con las empresas privatizadas, con los bonistas que controlaban la deuda, con los represores impunes y así­ sucesivamente, una serie de pecados mortales para el relato hegemónico.
“Néstor Kirchner no es el que verdaderamente toma las decisiones, sino su esposaˮ, la entonces senadora nacional Cristina Fernández. Cuatro años después, siendo presidenta Cristina, “el que verdaderamente tomaba las decisionesˮ, según el relato hegemónico, era Néstor, su esposo y presidente del justicialismo.

El fallecimiento de Kirchner pareció enterrar el “doble comandoˮ, pero ya a las pocas horas del masivo velorio comenzaban las especulaciones y ese rol pasó a ocuparlo su hijo, Máximo. El relato hegemónico ya vení­a bastante enclenque, pero como en esas malas comedias donde el show debe continuar luego de que renuncia el actor principal, el guión se fue tornando inverosí­mil y perdiendo rating. El cuco ya no es Lenin, ni el Che Guevara ( ¡qué escándalo cuando visitó al presiente Frondizi, que por supuesto, fue acusado de comunista!) ni Allende ni Daniel Ortega: ahora es La Cámpora, una paciente agrupación formada por Máximo Kirchner que explotó en militancia tras el sepelio de Néstor Kirchner.

Comprender al gobierno desde la polí­tica, como un frente plural que lidera Cristina, donde conviven diferentes visiones bajo ese liderazgo, es una tarea demasiado compleja para la vulgaridad derrotada en la que se encuentra el relato hegemónico.
Lo curioso es la inversión que sucede en la realidad de ese relato hegemónico: la mayorí­a de la juventud politizada adhiere al gobierno nacional, y los que se deciden a militar lo hacen bajo cualquiera de las tantas alas del oficialismo, pero mayormente en La Cámpora.
Como desde hace mucho tiempo no se veí­a, en las universidades, en los barrios, las unidades básicas, los clubes, aparecen jóvenes peronistas identificados con La Cámpora.
Esto ocurre mientras son demonizados, calumniados y vilipendiados por el relato hegemónico.

¿Por qué ocurren, a la vez, esos dos fenómenos en apariencia contradictorios? La respuesta está en ese breve repaso histórico de presidentes que se salieron del relato hegemónico.
Y que la memoria popular guarda con cariño y admiración. El “cucoˮ ya no es Lenin ni el Che Guevara, sino la agrupación La Cámpora DOBLE COMANDO. Le endilgaron a Néstor y Cristina.

Portada
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