No es el más exitoso, ni de lejos. Esa cosa que llaman éxito es pura gilada, mezcla de meritocracia heredada, carrera rutilante y de felicidad individual vacía por dentro. Una vez le dijo a uno de esos que sí son “exitosos”, acostumbrados a ganar siempre, que su problema era que no conocía el barro. Ese barro que se arma cuando llueve porque se vive en calles de tierra.

Es más, sus derrotas son las que lo engrandecen tanto o más que sus triunfos. Pasa que juega un campeonato que no se termina nunca, en el que ser el mejor no es lo mismo que ir primero y en el que lo más importante es saber por qué se juega, qué camiseta se defiende.

Eso sí, cuando ganó nunca ganó solo. Hizo ganar a sus equipos, a sus pueblos y a sus causas. Los llenó de felicidad injustamente demorada, de autoestima y de dignidad conseguida con esfuerzo y corazón.

Hoy el pueblo está triste pero orgulloso porque un Diego de Villa Fiorito se convirtió en Maradona para siempre. Y ahora el cielo está más lindo que antes porque se llenó de barro.

Gracias por tu vida.