Aquel 24 de marzo de 2004 Néstor Kirchner ordenó bajar los cuadros de Videla y Bignone. Con ese acto simbólico empezamos a clausurar largos años de impunidad para los genocidas y los autores ideológicos de la dictadura, para los militares asesinos y para los civiles que se enriquecieron a costas del pueblo hambriento. Pero no sólo. Junto con esos cuadros, Néstor comenzó a bajar esa Argentina que nos habían dejado la dictadura y los años noventa. Néstor empezó a dejar atrás ese país de exclusión, de endeudamiento, de relaciones carnales con los países del norte. Ese país en el que la economía se autorregulaba y cuyo Estado se había retirado, ese país donde los conflictos sociales se resolvían con represión y asesinatos, el país del “meta bala” para resolver los problemas de seguridad.
Siempre pensamos que ese fue el punto de partida, allí empezamos a recorrer el camino de la independencia, de la soberanía, de una Latinoamérica unida por los intereses de la región. Ahí se empezó a gestar este país que hoy seguimos construyendo, en el que los jubilados tienen una vida digna, en el que muchos pueden volver a soñar con tener una casa propia, este país donde vamos reduciendo la brecha entre los que más tienen y los que menos tienen, este país en el que los asesinos del pasado pero también los del presente son enjuiciados y cumplen condena por los delitos que cometen.
Ayer, Massa ordenó bajar un cuadro de Néstor. Es que ese candidato, detrás del cual se encolumnó la derecha, no trae nada nuevo. El quiere volver a aquella Argentina, la que teníamos antes de Néstor y Cristina. Que no nos mientan: estos nuevos quieren lo viejo. Quieren volver a la fiesta de unos pocos a costas de las mayorías.
Nuestra tranquilidad está en Cristina y en esos miles de cuadros que formó Néstor, en todos los jóvenes que irrumpieron en la política, que hoy discuten en sus casas y en las calles y que no van a permitir que se retroceda ni un centímetro en las conquistas que logramos en esta década ganada.