Opinión

A 40 años del Cordobazo

Por Carlos Gullo (*)

Si se tuviera que elegir palabras para definir al Cordobazo serí­an “estallido, rebelión o gesta popularˮ o simplemente “puebladaˮ. Todas estas expresiones remiten a lo mismo, a la metáfora del general sobre el torrente de los rí­os: “los pueblos, como los rí­os, son imparables, se los puede contener por un tiempo, pero a la larga, por un costado o por otro, por arriba o por abajo, terminan abriéndose paso y arrastrando todo a su alrededorˮ. El pueblo argentino intentaba ser contenido desde septiembre del 55 cuando las minorí­as oligárquico-imperialistas derrocaron al gobierno democrático de Juan Domingo Perón.

A partir de entonces, el movimiento obrero organizado, columna vertebral del Movimiento Nacional Peronista, intenta ser desarticulado. Sus dirigentes son perseguidos, miles encarcelados, otros parten al exilio o resisten desde la “clandestinidadˮ. Los locales gremiales son tomados por los “comandos civilesˮ a punta de pistola con la anuencia y ayuda del gobierno militar. El peronismo es proscripto y hasta prohibido a partir del inefable decreto 4161; nombrar a Perón o a Eva, cantar la marchita o pintar consignas alusivas, es penado por la ley. Comienza la heroica “Resistencia Peronistaˮ y de su seno nace hacia el año 57 la Juventud Peronista, compuesta por innumerables grupos o “comandosˮ a lo largo de todo el paí­s.

Entre avances y retrocesos, alternando dictaduras con gobiernos pseudo democráticos, llegamos al 28 de Junio de 1966, cuando las Fuerzas Armadas, derrocan al radical Dr Arturo Illia y nombran presidente de facto al general Juan Carlos Onganí­a. La denominada “Revolución Argentinaˮ se plantea objetivos pero no plazos y está dispuesta a permanecer, si es necesario, 20 años en el gobierno. En el contexto de la “Guerra Frí­aˮ y con un mundo aparentemente dividido entre el Capitalismo y el Comunismo, el gobierno militar es una filial de Washington, una mera marioneta de las aspiraciones yanquis en la región. El peronismo con su ideologí­a de la “tercera posiciónˮ y sus pretensiones de unir y organizar a los trabajadores, debe ser erradicado de la faz de la tierra o en su defecto cooptado e incorporado al sistema.

Es así­ que, hacia el momento del Cordobazo el movimiento obrero, que hacia el 55 estaba unido en torno a una única y poderosa CGT, está dividido en tres grandes corrientes: la participacionista, que pacta con el gobierno de facto; la CGT de Azopardo, que, liderada por Augusto Vandor plantea un “Peronismo sin Perónˮ y desafí­a al régimen para luego negociar; y la CGT de los Argentinos, punta de lanza del sindicalismo combativo, liderada por el gráfico Raimundo Ongaro, con cuadros como Rodolfo Walsh, director del periódico CGTA, y de estrechas relaciones con los grupos juveniles (entre ellos la JP) , el Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo (MSTM), los gremios independientes y clasistas y las distintas expresiones polí­ticas que luchan contra la dictadura.

El Cordobazo es la resultante de todo un acelerado proceso de movilización y presión constante desde las bases, obviamente, violentamente reprimidas desde el gobierno militar, que intentaba apagar la hoguera en que se habí­a vuelto el paí­s echando nafta al fuego. Los hechos desencadenantes de la pueblada cordobesa, en Mayo de 1969, y a grandes rasgos, son los siguientes:

El martes 13 de mayo un decreto del Poder Ejecutivo intenta derogar la ley de descanso del “Sábado Inglesˮ lo que implicaba un recorte salarial del diez por ciento para mecánicos y metalúrgicos.   A su vez, en Córdoba estaban congelados los convenios y los salarios por lo que el gremio mecánico local convoca a una Asamblea General.

Miercoles 14: la asamblea en el Córdoba Sport es multitudinaria, concurren más de 5000 obreros mecánicos, y luego de decidir la convocatoria a una huelga de 48 hs. son dispersados a la fuerza y reprimidos por la policí­a. Se entablan una lucha campal, ya que los obreros responden a los bastones y armas lanza gases con piedras y golpes de puño.

Jueves 15: a la huelga convocada por SMATA, liderada en Córdoba por Elpidio Torres, se suman la UOM y la UTA locales conducidas por Alejo Simó y Atilio López respectivamente. En la ciudad de Corrientes, en una protesta estudiantil en la Universidad Nacional del Nordeste a raí­z de la privatización del comedor estudiantil (con un alza del 500 por ciento en el precio de la comida), es asesinado en la represión policial el estudiante Juan José Cabral de 22 años.

Viernes 16: Tanto en Corrientes, como en Rosario y Córdoba se realizan jornadas de duelo y marchas por el estudiante asesinado.

Sábado 17: en Rosario en una marcha de estudiantes universitarios es asesinado por las fuerzas represivas el estudiante de economí­a Adolfo Ramón Bello de 22 años. En Tucumán también se producen marchas estudiantiles en solidaridad con lo sucedido en Corrientes y son también brutalmente reprimidas.

Lunes 19: en Rosario es reprimida una marcha del silencio por los estudiantes asesinados, compuesta por obreros, estudiantes y sacerdotes pertenecientes al MSTM.

Martes 20: en Buenos Aires, y encabezada por Raimundo Ongaro, una marcha del silencio es violentamente reprimida con el consecuente saldo de heridos y detenidos.

Miercoles 21: continúan los paros y jornadas de protesta en Córdoba, Tucumán, La Plata, Resistencia, San Juan y Salta. En muchas ciudades se producen batallas campales. En Rosario, donde tienen lugar los hechos de mayor gravedad, el obrero metalúrgico y estudiante secundario Luis Norberto Blanco, de apenas 15 años, es asesinado por la policí­a. La ciudad reacciona en masa y las fuerzas del orden se ven desbordadas y retroceden. Obreros, estudiantes y vecinos se hacen dueños del centro de la ciudad. Tiene que intervenir, para recuperar el control de la situación, el Segundo Cuerpo del Ejército.

Jueves 22: se repiten enfrentamientos entre policí­as y estudiantes en La Plata y Santa Fé, mientras Rosario continúa ocupada por el Ejército y los manifestantes detenidos son juzgados por tribunales militares.

Viernes 23: desafiando la “Ley marcialˮ, más de 7000 personas en Rosario marchan hasta el cementerio para honrar al estudiante Blanco. El obispo de Goya, Monseñor Devoto junto a un grupo de curas tercermundista hacen pública una declaración en solidaridad con obreros y estudiantes y repudiando la acción represiva, allí­ dicen. “Cuando un pueblo no puede canalizar sus aspiraciones por los medios habituales, es normal que busque otros para elevar sus reclamosˮ. En Córdoba los estudiantes toman el barrio Clí­nicas y resisten durante horas, con ayuda de los vecinos, los intentos de recuperación por parte de la policí­a. El Sábado 24 continúa la toma del barrio y siguen los enfrentamientos. Raimundo Ongaro, que se encontraba en Córdoba, es apresado y trasladado a Buenos Aires.

Lunes 26: La CGT de los Argentinos impulsa un Paro Nacional para el 30 de mayo, plegándose a la medida de fuerza la CGT Azopardo. Es liberado Ongaro. En Tucumán una multitudinaria marcha del silencio es reprimida mientras un buen número de policí­as locales es detenido por negarse a actuar en contra del pueblo. En Córdoba, las centrales obreras locales deciden un paro general con movilización para el dí­a 29, adelantándose a la medida nacional. Los estudiantes de las Universidades Nacional y Católica acompañan la decisión de los obreros.

Martes 27: los estudiantes tucumanos, en respuesta a los sucesos del dí­a anterior toman el centro de la ciudad, desbordan a la policí­a y casi ocupan la sede gubernamental. Se producen barricadas y enfrentamientos en toda la ciudad.

Miércoles 28: en enfrentamientos en las afueras de Tucumán la policí­a asesina al obrero Angel Rearte. La situación se torna insostenible y el Poder Ejecutivo establece la vigencia de Consejos de Guerra en todo el territorio nacional.

Jueves 29 de mayo: En distintas ciudades se producen manifestaciones desafiando la ley marcial. En Córdoba los hechos tomarán mayor relevancia. A partir de las 11 de la mañana los obreros abandonan sus puestos de trabajo y se dirigen   a los distintos lugares de concentración, los estudiantes hacen lo propio y, para evitar que se reúnan, la policí­a monta numerosos cercos que reprimen a los manifestantes. Cae asesinado el obrero mecánico Máximo Mena y la noticia corre como un reguero de pólvora. El pueblo cordobés esta dispuesto a todo, harto de tantos atropellos. De una actitud defensiva se pasa a disputar a la policí­a el control de la ciudad.

Superados por lejos en número, los policí­as son desbordados y se repliegan. En el barrio Clí­nicas, uno de los primeros en ser tomado por los manifestantes puede leerse la leyenda: “Barrio Clí­nicas Territorio Libre de Américaˮ. Los manifestantes avanzan hacia el centro llegando a controlar en un momento 150 manzanas. Queman ómnibus y automóviles, levantan barricadas que obstaculizarán la llegada de refuerzos represivos. Incendian locales de empresas extranjeras como el edificio Xerox y la concesionaria Citroen (cuyos autos son sacados a la calle, prendidos fuego y utilizados como barricadas). También destruyen vidrieras y queman sí­mbolos de la aristocracia como ciertas confiterí­as y algunas sedes de bancos. Pese a lo caótico de la situación, el nivel de destrucción nunca llega a escapar al control de los lí­deres de la insurrección y prácticamente no se presentaron escenas de robo. Las fuerzas policiales abandonaron la ciudad que es considerada “Tierra Liberadaˮ.

Hacia la tarde fuerzas del Ejército fuertemente pertrechadas en conjunto con efectivos de la Fuerza Aérea empiezan a retomar el control de la ciudad. En la oscuridad de la noche, muchas barriadas resisten, mientras el conjunto de los manifestantes se “diluye en la ciudad, como peces en el aguaˮ. Las propias viviendas, al igual que la de anónimos vecinos, sirven de refugio. El barrio Clí­nicas es el que ofrece mayor resistencia y donde se concentra la represión militar. Los grupos que se dispersan en un lado, se reagrupan en otro, desafiando el cerco militar. Son tomados por los manifestantes algunos destacamentos policiales en zonas periféricas. El general Sánchez Lahoz, Comandante del 3º Cuerpo del Ejército y jefe de la represión comentará que: “me pareció ser el jefe de un ejército británico durante las invasiones inglesas. La gente tiraba de todo, desde sus balcones y azoteasˮ.

El Viernes 30 se cumple en todo el territorio el Paro Nacional dispuesto por las dos CGT. El escenario en Córdoba es desolador, parece una ciudad bombardeada durante un conflicto bélico. Sin embargo, media ciudad se vuelca a las calles y se vuelven a producir escenas de incendios y episodios de violencia aislados.   Por la tarde, un Consejo de Guerra juzga y condena a las dos figuras relevantes de la jornada: 8 años y 3 meses para Agustí­n Tosco de Luz y Fuerza, y 4 años y 8 meses para Elpidio Torres de la UTA.

En palabras de Tosco: “El Cordobazo es trágico. Decenas de muertos, cientos de heridos. Pero la dignidad y el coraje de un Pueblo florecen y marcan una página en la historia argentina y latinoamericana que no se borrará jamás. En las fogatas callejeras arde el entreguismo, con la luz, el calor y la fuerza del trabajo y de la juventud, de jóvenes y viejos, de hombres y mujeresˮ¦ Para que todos juntos, trabajadores, estudiantes, hombres de todas las ideologí­as, de todas las religiones, con nuestras diferencias lógicas, sepamos unirnos para construir una sociedad más justa, donde el hombre no sea lobo del hombre, sino su Compañero y su hermano.

En estas palabras del “Gringoˮ Tosco reside la esencia del Cordobazo: estudiantes católicos y laicos, obreros de las distintas centrales y corrientes gremiales, militantes juveniles junto a curtidos luchadores de la Resistencia, sacerdotes tercermundistas, vecinos de la ciudad. La abrumadora mayorí­a peronista, aunque combatiendo codo a codo con los que no lo eran. Unidos por la misma lucha: el fin de la tiraní­a y el retorno de la democracia y sus instituciones. Esto significaba el fin de la proscripción del peronismo y el fin de la prohibición de la actividad polí­tica partidaria; el retorno de Perón a la patria; la aparición del cuerpo de Evita; justicia para los muertos en los bombardeos de junio del 55; justicia para los fusilados en el levantamiento de Valle en junio del 56; esclarecimiento de la desaparición del obrero metalúrgico e integrante de la JP Felipe Vallese, justicia para los presos Conintes y para todos los caí­dos en la lucha contra la dictadura apátrida.

A 40 años de esos sucesos es bueno reflexionar sobre el valor de la democracia y sus instituciones, el rol de los partidos polí­ticos, el significado de la militancia polí­tica cotidiana. Como nos decí­a Perón, renunciar a la polí­tica es renunciar a la lucha y renunciar a ésta es renunciar a la vida; porque la vida es lucha. Tenemos que consolidar la democracia y sus instituciones, como lo venimos haciendo desde mayo de 2003.

Obreros, estudiantes y sectores medios urbanos: recuerden que todos somos herederos del Cordobazo. A la hora de votar, pensar, opinar, o participar en polí­tica, recordemos de dónde venimos y tengamos bien en claro adónde estamos y hacia dónde queremos ir. Hagamos un ejercicio de memoria y de conciencia, sin dejarnos estafar por aquellos comunicadores que, lo mismo que hace 40 años, mienten al pueblo porque son escribas de una minorí­a egoí­sta e insaciable, cuando no están rentados por intereses foráneos. Recordemos aquellas palabras de Rodolfo Walsh: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así­ como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas. Esta vez es posible que se quiebre ese cí­rculo.ˮ.

(*) Militante de La Cámpora y la Juventud Peronista. Candidato a Legislador Porteño por Encuentro Popular para la Victoria.

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