Cultura

Es el dí­a más triste y opaco en Buenos Aires

Alfredo Carlino nació en Buenos Aires en 1932. Repartió su vida entre la poesí­a, el periodismo escrito y radial, la militancia polí­tica y el boxeo. También fue titiritero y actor. Participó de la Resistencia Peronista y dejó una pila de libros, entre los que se destacan ‘Poemas ciudadanos’, ‘Chau, Gatica’, ‘Ciudad del tango’, ‘Buenos Aires tiempo Gobbi’ y ‘Bailarí­n canyengue’. Ayer nos dejó, al menos por un tiempo, y este es nuestro homenaje.

“Evita lo amaba a Perón, querido!!!” gritaba Carlino. Y en ese grito encerraba todo. Su historia, la militancia, el 17, la resistencia, una vida llena de episodios de revolución.

Pero sobre todo gritaba al amor como cuando leí­a sus poemas, su Muchacha, su “aún me quedan sus ojos”. Ahí­ estaba él, enorme frente al micrófono, leyéndose, como quien pinta en acuarela el recuerdo de su infancia, que es la Patria.

Alfredo Carlino es historia pura del peronismo, de la poesí­a, del arte popular. Periodista, boxeador, docente. Un sinfí­n de producciones artí­sticas, mil anécdotas, una mueca única que explotaba en carcajada, veinte verdades y dos ojos que le ganaron al tiempo para volverse infinitos.

Al viejo habí­a que escucharlo. Con solo 13 años fue parte del 17 de octubre de 1945. De ese dí­a se acordaba todo. De lo que vino después, también. Cronista entre el pueblo, lograba sintetizar momentos históricos en tan solo un ratito. Le gustaba contar, compartir, revelar, decir. Y a todos nos gustaba lo que decí­a. Su andar único lo hací­a distinguible hasta en las sombras, bailarí­n canyengue que domaba su cuerpo al tiempo que se abrí­a paso entre la muchedumbre, entre los abrazos, en los bares o en las calles porteñas que desde ayer perdieron el fervor.

Sus libros y poemas quedan como registro de su talento único con la palabra, sus enseñanzas no entran ni en mil páginas por escribirse. Fuente inagotable del saber verdadero, del que sirve para amanecer y darse de cara al sol, Carlino disfrutaba de vivir. Nunca estaba, siempre llegaba. Y morfaba, chupaba, pateaba la pelota, agarraba el micrófono y recitaba; leí­a un cuento, encandilaba hasta volverse eterno un ratito y después volver al paso chaplinesco que lo habí­a traí­do hasta acá.

En tiempos como los que vivimos, donde la duda es la jactancia de los giles, Carlino no se complicaba en simplificar lo que nunca debió ser complejo: “El peronismo es básicamente antiimperialista”. Y ahí­ sin más sostení­a su afirmación con la historia, los hechos, su palabra.

No habrá forma de no extrañarlo. Porque siempre se estará esperando que entre la multitud aparezca el viejo, con los libros bajo el brazo y se haga un ratito para que los que quedamos acá, aprendamos algo y seamos mejores.

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