Las palabras, sostenía Jacques Lacan, no comunican sino que evocan.
Desde comienzos de la campaña electoral del 2015, el discurso macrista latía al pulso de frases tales como “unir a los argentinosˮ, “revolución de la alegríaˮ, o “tiempo de dialogoˮ. El objetivo era el de propulsar una dialéctica emocional más que racional, que sedujera al ciudadano desde una perspectiva de baja intensidad política para que a la hora de elegir, éste lo hiciera por la opción más “conciliadoraˮ de todas. Lo que dejaba al proyecto político que se rehusara a aplacar su grado de confrontación con la etiqueta de “promotor de conflictosˮ.
Así fue cómo arribados a instancias del balotaje, las dos alternativas disponibles para los argentinos y argentinas parecían reducirse entre los neutralizadores de la política positivista y los auguradores de la afrenta disruptiva. Tirapiedras o gurúes ravishankistas.
Pero esa falsa dicotomía entró en choque con la realidad cuando, a tan solo días de su asunción como Presidente de la Nación y en medio de una conferencia de prensa en la provincia de Entre Ríos que se encontraba inundada, Mauricio Macri afirmó que: “Hay lugares donde falta el agua, y otros lugares donde sobra el aguaˮ.
Psicoanalíticamente, no es casual el término de dicha declaración. En este caso, las palabras también evocaron algo: la naturalización de la acumulación y de la carencia para un sujeto que nació en una casta privilegiada.
Dentro de esa misma lógica, los salarios son un costo más, las Islas Malvinas son un déficit adicional, la militancia es un exceso de grasa, y los Derechos Humanos son un curro.
Hay dos ejemplos que marcan con fidelidad esa concepción mezquina: por un lado, el empleo del Centro Cultural Kirchner ˮ“ícono de una época de inclusión social- para llevar a cabo foros financieros mundiales con los sectores concentrados de la economía, mientras que fuera del mismo los productores frutícolas regalan a la población verduras que no pueden vender como consecuencia directa de la importación salvaje de productos extranjeros.
Por otro, el aumento del 100 por ciento de los precios del agua, el pan y la leche en los supermercados La Anónima ˮ“propiedad de funcionarios macristas- en un contexto de trágicas inundaciones que fustigan a las familias de Comodoro Rivadavia en la provincia de Chubut.
En contrapartida existe, sin embargo, una convicción altruista de la realidad que, paradójicamente o tal vez no tanto, es la que ponen en práctica aquellos que son constantemente tildados de “conflictivosˮ.
Es la “grasa militanteˮ la que hoy está con el barro hasta la cintura haciendo zanjas para drenar la lluvia. Son los “ñoquisˮ los que engarrotados de frío le tienden una mano a los vecinos y vecinas afectadas por el temporal. Son los “fanáticosˮ los que ofrecen sin regateos sus fuerzas para cobijar a los que quedaron desamparados por el retiro de un Estado nacional que prefiere patear penales en un predio apropiado.
Ante el empalagamiento social por sus discursos edulcorados, los eternos predicadores del egoísmo optan una vez más por el odio y la mentira. Ya sea apelando a artimañas judiciales que no pasan ni la más mínima prueba, o acudiendo a manuales de marketing donde lo importante resulta en conseguir “la foto que buscamosˮ.
Desconocen que son cada día más los argentinos y argentinos que ponen en valor la entrega desinteresada de una generación que gracias a Néstor y Cristina volvió a creer en la política como sinónimo de solidaridad y de transformación, por sobre aquella minoría adicta que sigue queriendo imponer su hegemonía a palos y miedo.
Más temprano que tarde, sus conductas miserables pasarán a los pliegos de la historia como lo que son: el paréntesis antipopular signado por un tiempo de cajas fuertes llenas y de heladeras vacías.