Lecturas

Dos 25. Un solo Fidel

El 25 de mayo de 2003 lo conocí­ personalmente. Treinta años después de haber estado en la misma plaza festejando el fin de la dictadura y la asunción de Cámpora, hablaba mano a mano con Fidel Castro, la noche que mi compañero asumí­a como Presidente de la Nación.

Por Cristina Fernández de Kirchner*

Más tarde nos encontramos en la Cancillerí­a, escuchamos juntos a Miguel íngel Estrella, el concertista de los changos cañeros en Tucumán. Habí­a terminado de ejecutar una de sus memorables interpretaciones. Otro paí­s y muchos sueños.

Lo volví­ a ver en la Habana, en enero del 2009, casi dos años después de haber asumido mi primera presidencia, en mi también primera visita oficial a Cuba. La prensa canalla global decí­a que Fidel habí­a muerto y que “el régimenˮ lo ocultaba. Le pedí­ a Raúl si podí­a verlo: me miró fijo y me dijo que no. Le insistí­, no me acuerdo con qué argumentos, pero debieron ser convincentes porque al otro dí­a me vino a buscar él, personalmente, en un auto y me llevaron a verlo.

No estaba en su casa. Me recibió en una pequeña sala de estar, de uno de los tantos establecimiento de salud con que cuenta la isla, junto a Dalia, su compañera, que no se despegó un instante de su lado. Me acuerdo que Obama habí­a asumido en esos dí­as como el primer presidente afro-americano de EE.UU. y un optimismo voluntarista (ahora puedo decodificarlo) nos invadí­a a muchos, no a todos. Debo reconocer que Néstor fue escéptico desde un primer momento.

Charlamos mucho con Fidel, se estaba reponiendo de un problema en su rodilla, si mal no recuerdo. Escuchaba atentamente mi entusiasmo y con mucha elegancia y mayor experiencia me dijo, palabras más palabras menos: “El gobierno de EE.UU. es un sistema, no un presidenteˮ. Luego seguimos hablando de geopolí­tica y ciencia, una disciplina que siempre lo apasionó tanto como a mí­.

Al final de la charla nos tomaron una foto que inmortalizó el encuentro, no por mí­, claro, sino porque era la primera foto de Fidel en muchos meses, durante los cuales los conocidos de siempre lo dieron por muerto en letra de molde. Recuerdo que no pocos medios internacionales y por supuesto nacionales, faltaba más, dijeron que la foto era trucada, y que yo era parte de la “maniobraˮ. ¿Alguna vez pedirán disculpa por tanta mentira, tanto agravio y tanto cinismo? Debo confesar, igual que Fidel y Néstor con Obama, mi escepticismo.

Se sucedieron después de aquella primera vez, nuevos encuentros, por suerte nunca más en un centro de salud. Me recibí­a en su casa junto a Dalia. Alguna vez nos acompañó Florencia, mi hija. La última vez me invitó a almorzar junto a su familia: Dalia, los hijos, los nietos y hasta su bisnieta. Le gustaba explicar absolutamente todo: hasta lo que comí­amos era motivo de un análisis minucioso y detallado. La lucidez, la información al dí­a y la avidez para enterarse y conocer lo que aún le faltaba eran francamente asombrosas.

Sentí­ que habí­amos logrado crear una relación casi familiar, de sobremesa. Nunca te hací­a sentir que estabas hablando con una leyenda universal y viviente.

Hoy por la mañana, un celular inundado de mensajes me informaba que ayer, 25 de noviembre, Fidel partió. Pensé: se fue el último de los modernos, el último de los lideres globales anteriores a la caí­da del Muro de Berlí­n. De pronto me inundaron las voces y las imágenes de hombres y mujeres que marcaron la vida polí­tica de generaciones en nuestro paí­s, en Latinoamérica y en el mundo. Ideas, programas, compromisos claros y precisos, que tení­an su eje en la polí­tica como motor transformador, casi incunables en tiempos de posmodernidad y era lí­quida.

Fidel, el último moderno se fue un 25, para quedarse para siempre.

*Publicado en Página/12.

Ambiente
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Portada
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