Opinión

El dí­a que conocí­ a Néstor

Por Pablo Ramos*

No andaba bien por esos dí­as. Imaginen. No salí­a de mi asombro. Como le pasaba a la mitad de los argentinos, miraba a los demás en la calle, de uno en uno los miraba y me preguntaba, “ ¿pato o gallareta?ˮ y no encontraba la certeza de una respuesta ciento por ciento segura. Así­ andaba, hasta que en un momento tuve que suspender el juego porque me estaba poniendo paranoico.

Iban apenas cinco meses de haber perdido las elecciones y aún me pasaba que al encontrarme con gente que no veí­a desde antes de votar, el tema era inevitable. Repetí­amos las mismas puteadas y reviví­amos el dolor. De tan repetido el sermón, el discurso ya me sonaba a letaní­a. Las mismas conjeturas, las mismas teorí­as conspiratorias sin decir nombres y con más corazón que sapiencia. Algunos de los clásicos de esos dí­as eran: el supuesto poco apoyo de Cristina a Scioli, la idea de que votando a Lousteau hubiésemos frenado a Macri de antemano, la idea de que la injuria sobre Aní­bal Fernández vino de adentro, etc., etc., etc. Teorí­as de todo tipo y de cualquier tipo, aunque esos tipos (en los que me incluyo) siempre eran compañeros queridos, gente que, como yo, tocamos la polí­tica de oí­do, con más corazón que cautela, con menos pasta de estadista que Tabaré Vázquez.

Pero el dolor era real y en cada encuentro renací­a, se reviví­a y parecí­a no tener fin. Porque todos, sin excepción,sabí­amos la que se vení­a, y lo rápido que se vení­a la que se vení­a. Lo que más se oí­da era: “Lo que me duele es el paí­s que le dejamos servido en bandejaˮ una frase que hoy suena a hecha, pero que sigue siendo verdad, cuando no llegamos al año del Cuchu (así­ le pusimos a MM con mis hijos, por el Cambiazo, ¿vio?) y ya casi parece un siglo; y no precisamente el siglo de las luces. Más bien de la luz mejor ni hablar.

Es que voy a otra cosa, voy a algo que no escribí­ en su momento por falta de tiempo nada más. La crisis se nos vino encima, o sea, se fabricó una crisis donde no la habí­a, o donde era ignorada que es prácticamente lo mismo. Al fin y al cabo, creo, es todo una cuestión maniqueista. La economí­a es dos más dos, el resto es verso y cuestión de dónde se pone la fe. ¿Recuerdan el invento ese del “riesgo paí­sˮ? Acá se le sacó al pueblo para pagarle a los buitres, al campo, a los empresarios supermercadistas. ¿Cuánta plata levantaron con los aumentos de productos ya adquiridos? Justificando todo en la pesada herencia se devaluó a lo loco, se dio un tarifazo digno de Groucho Marx, se atropellaron las instituciones, y se denigró cada cosa que recordara que hubo una vez un hombre que se propuso y que logró levantar el autoestima del pueblo argentino. Los ejemplos son tantos y tan conocidos que no voy a repetirlos acá. Solamente los voy a representar con la imagen más terrible que me quedó grabada en la memoria. En el CCK, el mismo lugar donde vi un concierto de Danilo Pérez gratuito y escuché de boca del gran pianista y director de la escuela de Berkley “me voy envidiando este lugar que tienenˮ, en ese mismo lugar le hicieron una comida a Obama y la Mora Godoy lo sacó a bailar al estilo Rodolfo Valentino en una escena que le hubiera quedado bien al careta del tí­o Tom si bailara con Catita.

El tema es que en medio de todas esas cuestiones me gano un Martí­n Fierro y se lo dedico a ella, “a nuestra presidenta Cristina Fernándezˮ, digo “de todo corazónˮ porque no pretendí­ molestar a nadie, solo dedicar y compartir un logro con la persona que más amparó a las personas que más quiero. Y fue entonces que mi amigo Juan Cabandié me llamo por celular, y me dijo que fuera, que querí­an conocerme.

ˮ“ ¿A dónde voy?

ˮ“Al congreso boludo

ˮ“ ¿Y quién quiere conocerme?

ˮ“Máximo, venite

ˮ“Estoy con mi hija Antonia, mal vestido sin chance de mejorar

ˮ“Jeje, venite con la nena.

Y fui. Esperé a Juan y dimos la vuelta desde su despacho al congreso mismo. Entramos. Yo no habí­a almorzado y Antonia tampoco y los compañeros pasaban con empanadas y demás y uno se avivó y me calentó cuatro en el microondas. Las calentó tanto que casi voy al hospital. El corazón me latí­a y no podí­a compartirlo con Antonia porque ella apenas tiene dos años y medio aunque ya hace la V, porque las cosas importantes en mi familia se aprenden de chiquito.

Esperé, digo, y apareció Máximo. Altí­simo, ancho pero de aspecto vulnerable, con un ternura a flor de piel. Cerraron la puerta y nos quedamos los cuatro. Antonia, Juan, Máximo y yo. No recuerdo bien que dije pero no importa mucho. Algo hablé, escuché, sobre todo dejé hablar a los otros, a Máximo y a Juan. Antonia me preguntaba quién era, y tampoco podí­a decirle más que “un amigo, mi amor, en un ratito vamos a casaˮ

Quedé encantado con el análisis polí­tico que hizo Máximo. Con un lenguaje casero que usó para tocar puntos cruciales.Ordenó e hilvanó el discurso de la manera que lo hace su madre, aunque con más serenidad, con un aplomo que me pareció una virtud propia. El tipo hablaba y yo me calmaba, me serenaba, me sentí­a bien. En un momento me di cuenta de porqué me sentí­a bien, y es sencillamente lo pensé: Esperá Pablo, esperá Antonia, este pibe va a ser presidente, este pibe tiene el destino ligado a la celeste y blanca, por eso debe ser de Racing, son los colores.

Y fue entonces que mi hija pidió pis, y que él hizo lo que hizo, se levantó con la torpeza propia de los grandotes y se dio la rodilla contra la mesa. Creo que le dolió, pero no dijo nada. Me indicó el baño, llevé a mi hija y volví­.

Me preparé a despedirme, digo me preparé porque de ser por él hubiésemos seguido ahí­. Y entonces lo dije:

ˮ“Gracias por recibirme, Néstor ˮ“dije.

Me di cuenta del fallido, levanté la mirada: los ojos de Máximo se habí­an puesto vidriosos.

ˮ“Perdón

ˮ“No hay problema ˮ“dijo él

Yo estaba comisionado y con pudor de que se me notase mucho.

ˮ“En mi familia nadie puede nombrar a tu viejo sin que se le llenen los ojos de lágrimas ˮ“dije.

Luego le di la mano, un abrazo, Juan nos sacó una foto. Me prometió comer un asado, ir a verme a un concierto de mi banda, presentarme a su madre. Aún no se repitió el encuentro, pero eso importa poco, lo que más me importa es lo que no me prometió: ojala algún dí­a sea presidente de los argentinos.

Oj-Alá (Dios quiera).

* Publicado originalmente en Página/12. Pablo Ramos es poeta, músico y narrador. Premio Fondo Nacional de las Artes y Casa de las Américas.

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