En mayo de este año, luego de la devaluación y la eliminación de todas las restricciones cambiarias, el Gobierno acordó el (ruinoso e injustificado) pago a los fondos buitre.
Para ello, tomaron deuda por U$s 16.500 millones donde el país fue un mero pasamanos: obtuvo el dinero y automáticamente se lo giró a los usureros transnacionales, como ocurrió con el blindaje en épocas de De La Rúa. Completada aquella transacción, el Secretario de Finanzas Luis Caputo (recientemente denunciado por haber comprado dólar futuro y luego haber fijado el precio que iba a cobrar) aseguró que Argentina se retiraba de los mercados de deuda hasta 2018.
Como ocurrió con el segundo semestre, la lluvia de inversiones, la pobreza cero, la eliminación del impuesto a las ganancias, y se podría seguir por varias líneas más, la afirmación del funcionario fue desmentida en los hechos.
A la emisión de hace unos días de un bono por $50.000 millones y otro por $11.572, el Ejecutivo sumó dos nuevos instrumentos en euros por 2.500 millones cada uno. En un contexto de parálisis total de la obra pública evidenciado por la octava caída del cemento con una baja del 11,1% en septiembre respecto a 2015, la deuda no es para obras de infraestructura. Como señala el comunicado del Ministerio de Hacienda, estas emisiones son para afrontar el pago de vencimientos de capital e intereses con organismos multilaterales y bilaterales. Es decir, se toma deuda para pagar deuda vieja. Cabe subrayar también que la deuda en dólares por el Programa de Letras del Tesoro asciende a U$s5.873 millones.
Según un informe del Centro de Economía Política Argentina, en tan sólo diez meses el país aumentó su endeudamiento neto en U$s34.000 millones, que equivale a un 15% del PBI. En un escenario de fuga de capitales donde, desde que Macri asumió la presidencia, ya se fueron U$s10.000 millones, y de cese de toda la actividad económica manifestado en la caída del consumo y la actividad industrial, recurrir al endeudamiento cíclico para cubrir el rojo financiero es un camino directo al precipicio. No hace falta mirar a Grecia. Con ver la Argentina posterior al blindaje y al megacanje es suficiente: la bicicleta financiera dejó un 25% de desempleo y un 50% de pobreza, además de una crisis político-institucional y las calles del país manchadas de sangre. Porque el ajuste se hace con represión. Y el sendero de la timba financiera sólo lleva al ajuste.