Casi como una fecha patria, una fiesta de quince o un casamiento. Anunciaron el segundo semestre con bombos y platillos. Tal fue la propaganda que hasta uno se ilusionaba con que podrían encontrar la cura contra el cáncer. Se acaban todos los males que aquejan al país. Pero luego fueron bajando las expectativas, hasta alguno habló del segundo semestre, pero de 2017.
Sin embargo, resulta raro que en Cambiemos hayan moderado la confianza porque, ¿se puede estar peor? El segundo semestre arranca luego de tarifazos en el agua, el gas, la luz y el transporte. Con más de 154.000 nuevos desempleados, clubes de barrio al borde de la extinción y comercios que bajan las persianas. Subas desmedidas de los combustibles y los precios del supermercado. Una deuda externa que en sólo tres meses trepó un 11%, mientras que la fuga de capitales aumentó un 242% en un trimestre. Llegamos con una caída de la actividad industrial del 4,7% en el primer cuatrimestre, descenso sistemático de las ventas minoristas mes a mes. Un regreso de las represiones policiales y los secuestros exprés. Tan mal estamos que arribamos al segundo semestre sin saber si Leo Messi va a seguir siendo el capitán de la Selección.
Cuesta creer que en el Gobierno no festejen porque sería muy difícil que estemos peor. Salvo que la luz al final del túnel de la que hablaba Gabriela Michetti no sea algo alentador, sino el final definitivo al que se alude en la literatura.