Opinión

Puro teatro

Por Alfredo Zaiat

Dólar, inflación, reservas, deuda, restricción externa, déficit de la cuenta turismo, tarifas y subsidios dominan el debate económico notazaiatdoméstico en un marco global considerado “desequilibradoˮ. Para ofrecer las “solucionesˮ con promesa de equilibrarlo irrumpen en la escena los portadores del saber: los economistas con verdades absolutas. En un escenario donde reina una confusión deliberada, no queda en evidencia que ellos son parte del problema. Es un hecho notable que economistas que han sido funcionarios de gobiernos con resultados de mediocres a pésimos, o que integran fundaciones y consultoras del establishment, sean los principales portavoces de lo que se debe hacer en cada uno de esos temas. La cuestión es estructural: existe una sobrevaloración del rol de los economistas en la sociedad, desví­o difí­cil de ordenar debido al abrumador dominio de la corriente ideológica que los ubica como los sumos sacerdotes del dogma.

La distorsión acerca del lugar que les debiera corresponder a unos técnicos con conocimientos de economí­a no reconoce fronteras. Desde la propia formación académica hasta el desempeño en el sector privado y público han sido definidos en el papel de guí­as espirituales infalibles. El origen de esa deformación es la pretensión de ubicar la ciencia económica como integrante de las ciencias duras, como la fí­sica o la matemática, y no como una más de la ciencias sociales. Esto no significa que los economistas carezcan de herramientas teóricas y prácticas para opinar, o sea, que posean cualidades interpretativas, pero no predictivas, sobre las variadas cuestiones económicas. Lo que no tienen es la verdad absoluta porque lo que oculta así­ es la existencia de ideologí­as.

No es un aspecto menor detectar la diferencia entre el absolutismo de sentencias acerca de medidas o rumbos económicos y la opinión de creer que es la mejor o peor estrategia, según convicciones y preferencias polí­ticas, para alcanzar objetivos de bienestar social. En términos existenciales, se puede resumir entre la búsqueda de la verdad entre varias en un mundo complejo y la soberbia de pensar que existe una única verdad. El abordaje de debates económicos no es un acto de fe, como una religión donde la sociedad tiene que arrodillarse agachando la cabeza en el altar ante los portadores de un saber supremo.

La opinión predominante de quienes se presentan como sacerdotes en las discusiones económicas habituales instaladas en el sentido común es que la “realidadˮ es lo que ellos creen, y lo que creen saber se convierte en “un hechoˮ. Una mirada crí­tica de la forma de entender la ciencia económica y el papel de los economistas está desarrollada por el economista chileno Gabriel Palma en el ensayo “Premio Nobel de Economí­a: Teatro, puro teatroˮ. Afirma que ese premio, además de exponer muchos de los aspectos más negativos de la profesión, abre varios interrogantes. Esas dudas las explicita: “ ¿Tiene sentido dar premios de este tipo en una disciplina donde las ideas tienen un claro origen ideológico, y donde las metodologí­as y los datos son particularmente frágiles? ¿Tiene sentido honrar justo en la mitad de la peor crisis financiera en casi un siglo a alguien que se pasó medio siglo diciendo que jamás podrí­a haber una crisis financiera de este tipo? (se refiere a Eugene Fama, distinguido con el Nobel junto a Lars Peter Hansen y Robert Shiller). ¿Y qué es de los millones que están sufriendo las consecuencias de esta crisis, producto en gran parte de la aplicación de las polí­ticas de desregulación financiera propuestas por Fama?ˮ. Palma interpela si no es necesario preguntarse también cuál es el status “cientí­ficoˮ de las propuestas de polí­ticas que hacen los economistas.

Palma es doctor en Economí­a de la Universidad de Oxford y en Ciencia Polí­tica de la Universidad de Sussex, y profesor titular de la Facultad de Economí­a de la Universidad de Cambridge. En el trabajo publicado por el Centro de Investigación Periodí­stica (Ciper), en Chile, menciona que la entrega del último Nobel a esos tres economistas revela que la Economí­a debe ser la única disciplina que se cree ciencia y que al mismo tiempo puede dar un premio a dos personas que dicen exactamente lo opuesto. Para Fama, los mercados financieros “son tan increí­blemente eficientes que los precios de los activos financieros siempre reflejan los fundamentos y, por tanto, nadie puede ganar más plata que el resto, especulando con ellos en forma sistemáticaˮ. Esta teorí­a dice que los precios de los activos financieros absorben toda la información en forma tan instantánea y eficaz que ni siquiera los que tienen acceso a información privilegiada deberí­an lograr ventajas respecto del resto. Para Shiller, en cambio, la dinámica de los mercados financieros está inevitablemente manejada por la psicologí­a humana, la cual puede crear fácilmente, y en forma sostenida, precios errados, como en el caso de las burbujas financieras recientes. Y lo puede hacer por perí­odos muy largos. Palma ironiza que esa elección por parte del comité del Nobel “es como haberles dado un premio de Astronomí­a a Claudio Ptolomeo y Nicolás Copérnico simultáneamente. Al primero, por demostrar que la Tierra es un planeta inmóvil en el centro del Universo, con el Sol y la Luna girando a su alrededor. Al otro, por demostrar lo contrario: que no existe un cosmos cerrado y jerarquizado, producto de la imaginación de un hombre con un terrible complejo de ombligo sino un Universo homogéneo e indeterminado y, a la postre, infinitoˮ.

Esta discrepancia deberí­a ser lo habitual en el análisis de fenómenos económicos pues, como se mencionó, existe una ideologí­a actuando como fundamento para la elaboración de la teorí­a. Pero el núcleo dominante y mayoritario de la ciencia económica la define como una ciencia exacta, despreciando a quienes la consideran como una ciencia social. Si lo aceptaran, no estarí­an en condiciones de mostrar la verdad absoluta acerca de cuestiones económicas que inquietan a la población. “Parte fundamental de esa farsa es reprimir la controversia y disfrazar la ideologí­a como ˮ˜conocimientoˮ™. Esto es, disfrazar la ˮ˜verdad reveladaˮ™ como verdad adquirida a través de un riguroso examen de la realidadˮ, explica Palma. La naturaleza de esta disciplina, sus métodos y evidencia empí­rica son tales y el rol fundamental de la ideologí­a es tal, que estos premios deberí­an darse, según Palma, no tanto por lo que se dice sino por la rigurosidad con la que se dice lo que se dice; esto es, otorgarlos por la pureza de la lógica, la potencia de los datos y, cuando es necesario, por la seriedad del álgebra.

“Eso es todo lo que le podemos pedir a nuestra ciencia económicaˮ, indica Palma, destacando que nuestros Ptolomeos y Copérnicos actuales (guardando las distancias en cuanto a genialidad) están en realidad igual de distantes unos de los otros como lo estaban aquéllos cuando argumentan, por ejemplo, sobre las posibles bondades de la “independenciaˮ del Banco Central, de los orí­genes de la inflación, de las fuentes del crecimiento, de la “flexibilizaciónˮ deseada en el mercado laboral, del financiamiento de la educación, o de los orí­genes de la desigualdad y de los mecanismos más eficaces para mejorarla. Palma concluye que pretender lo contrario, acallando a la disidencia, es puro cuento, recordando una conocida canción que dice: “Teatro. Lo tuyo es puro teatro. Falsedad bien ensayada. Estudiado simulacroˮ.

Por eso mismo deberí­a haber mucha cautela y prevención en gobernantes y en la población sobre lo que predican los economistas y no creer que sus opiniones tienen el mismo status cientí­fico de un descubrimiento de la fí­sica.

 

Publicada en Página/12

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